Parece que el Gobierno le ha cogido afición a eso de venderse a sí mismo, y como un producto más al uso se entrega a las artes de la mercadotecnia para que en la pantalla veamos lo mucho y bien que hacen todo. Bajo la solemnidad y supuesta neutralidad de la labor administrativa de informar, advertir y promocionar, se nos vende lo bien que se integra a los inmigrantes, o el desarrollo fantástico del mundo rural, o lo mucho que se hace al respecto de la mujer maltratada, la discapacidad física o psíquica, o lo amigos que somos del medio ambiente y del desarrollo sostenible, lo bien que va el sector pesquero...; en fin, la Administración del Estado (cada ministerio, cada consejería) se vende a sí misma y le hace la competencia a Carrefour.
La Administración convertida en una empresa que vende su producto con bellas e ingeniosas palabras e imágenes, costeadas por todos nosotros, accionistas inevitables. Compre turrón o la tranquilidad de saber que el mundo rural está atendido; compre pavo o la paz que da saber que algo se está haciendo para frenar la orgía de sangre femenina, cuarto de kilo de jamón o cuarto de kilo del mejor Gobierno. La Administración también vende su labor y también tiene sus empresarios. El producto, ya sabe, dista mucho de lo anunciado. Pero no se vende el producto en sí, se vende lo que éste promete y los sueños que despierta, claro. Supongo que las ventas compensarán con creces el gasto en publicidad, el próximo informe al respecto, en marzo. Reparto de dividendos, ¿entre quiénes?
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 29 de diciembre de 2003