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COLUMNA

Imaginación y oficio

Excelente exposición la de Alfonso Gortázar (Bilbao, 1955) en la bilbaína galería Colón XVI (Henao, 10). Ha creado un universo propio, con unos personajes disparatados, de cómica seriedad, que parecen gestados a través de una concepción patafísica de la existencia. Y cuando en los cuadros no aparece personaje alguno, son las exiguas chabolas -construidas con las últimas e inservibles tablas recogidas del detritus- las que nos mueven tanto a risa como a una extraña y sorprendente conmiseración.

Mas poco había de valer esa esplendente cosmovisión personal si no estuviera ejecutada de manera solvente. Y vaya que lo está. La mano de Gortázar se muestra firme, suelta, dúctil, impetra, en especial en los cuadros de mediano y gran formato. A la hora de tomar los tubos de óleo se hace dueño de todos los colores del espectro, de suerte que el ámbito de la exposición se llena de resonancias de grata armonía colorística y de una alegre luminosidad producto de la sabia conjugación de esos colores.

Al salir de la exposición uno le pediría a Gortázar que amplíe su campo de acción. Que se anime a exponer fuera de Bilbao. Alguien que ha pintado un cuadro portentoso como el de las botellas en la playa -con suficiente entidad como para entrar con alta nota en el más exigente de los museos de arte contemporáneo-, está en disposición de hacerse un hueco como pintor en cualquier lugar del mundo. Lo contrario sería seguir viviendo bajo la férula de la gran costumbre, fabricándose con ello una lamentable ocasión perdida.

En tanto el pintor es dueño de su destino y no tiene por qué resolver sus dudas, porque a lo mejor no existen dudas para él, volvemos a entrar en la exposición. Vuelta a la sonrisa. Esta vez gracias a las nubes. Algunas de estas nubes quieren ser feas y atrabiliarias. Son nubes hijas del bostezo. Hay nubes verticales e incluso nubes torcidas. Y quieren ser feas porque quien pinta nubes bellas es un mentiroso, parecen decirnos. Ya que no pueden ser nubes de verdad, prefieren serlo a su manera, es decir, feas y atrabiliarias. Ese mundo nubésico (permítanme la expresión) es otro aditamento formidable del universo de cómica ironía del que es dueño Gortázar.

Todos los elementos más o menos animados y descacharrantes de los cuadros pertenecen a unos personajes que en ocasiones se dejan ver y en otras ocasiones parece como si acabaran de irse. Sin duda, esos personajes son como aerolitos que no se sabe dónde van a parar. Pero nosotros sí sabemos que esos personajes, y cuanto les rodea, nos proporcionan un placer inmenso.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 29 de diciembre de 2003