En ausencia de Chillida, ¿cómo colmar el vacío? No es que nos resulte dolorosa la pérdida vital de un ser querido y admirado, sino que, al irse, produce nuestro desamparo: el triste saber de que este "arquitecto del vacío" ya no está entregado a labor poética de "cobijarnos", de formar el espacio; de, en efecto, "llenar" nuestro vacío. Pero al artista le recordamos por sus obras, que siguen literalmente operativas, activas, influyentes, cumpliendo indefinidamente su misión. En este sentido, cada vez que volvemos sobre la obra de Eduardo Chillida, él está ahí, nos es devuelto. ¡Y qué magnífico conjunto el que ahora nos proporciona, de una forma, a la vez, muy completa y selectiva, la pequeña gran muestra antológica de la galería Guillermo de Osma! ¡Son 30 obras, escogidas entre 1946 y 1992, sin que, durante el medio siglo abarcado, falte representación de cada una de las décadas intermedias, ni, por supuesto, de cada género, material, técnica y soporte ensayados por este artista que los ensayó todos!
EDUARDO CHILLIDA (1924-2002)
Galería Guillermo de Osma
Claudio Coello, 4, 1º izquierda Madrid
Hasta el 30 de enero
Todo el recorrido está, no obstante, aquí entretejido por una línea soñadora, que tiembla con delicadeza entre los límites flotantes del papel, pero que saca chispas con el hierro, corta con el acero, gime con la madera, se amasa con la tierra o se endurece con el hormigón. El acierto y la sensibilidad de esta exposición consiste en proporcionarnos esta clave, esta horma de la creación de Chillida: la línea sutilmente dibujada que enlaza los desnudos de los años cuarenta con las suturas sismográficas de los cincuenta, el férreo temblor de la escultura de esta misma década, los curvilíneos aceros y las negras improntas orientales de los sesenta, las ingrávidas flotaciones de los papeles y las terracotas oxidadas de los setenta, las maravillosas manos dibujadas y las horadadas mesas de cortén de los ochenta, los refulgentes alabastros y los aceros plegados de los noventa... A través de esta línea soñadora, nos sentimos henchidos de espacio, vibrantes con la materia resonante, bien firmes en la tierra y emprendiendo el vuelo, envueltos por el hálito poético de este Chillida sin fin, que nos sigue cobijando. Sí; cada vez que volvemos sobre su obra, Chillida nos es devuelto, sigue entre nosotros, aligerando los límites, dejándonos así al resguardo, sencillamente, como si nada.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 3 de enero de 2004