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Crítica:

Juan Valera como el ave fénix

A los cien años de su muerte, Juan Valera (1824-1905) se ha convertido casi en inmortal. Aparecen el segundo volumen de la correspondencia, el tercero de las obras completas y Morsamor, la novela más misteriosa de este escritor, académico, bibliófilo, mujeriego, volteriano, diplomático escéptico y conservador, liberal y relativista.

La buena literatura es siempre como una metáfora del ave fénix, que resurge de sus propias cenizas sin parar, por encima del tiempo transcurrido y del polvo y la hojarasca que los intereses, los cambios y las modas hayan tendido, disfrazados de olvido, entre ella y sus posibles lectores, que a la menor que salta vuelven a sus páginas con mayor placer y cada vez con más provecho, como si a cada rescate se presentaran con nuevos y más flamantes ropajes y con más lecciones a disposición de todos.

Y el de don Juan Valera es el ejemplo que me cae más a mano, según esa publicidad increada que es la de su actualidad editorial, nunca negada a lo largo del siglo casi transcurrido desde su desaparición, que cuando transcurra del todo verá ya casi toda su obra en nuestras manos. Y he dicho "publicidad increada" porque si toda publicación lo es, también es algo sin lo que la literatura no puede vivir, ni testimoniar de sí misma; e "increada" porque lo es sólo a medias, no se crea tan sólo por necesidad interior de quien edita para satisfacerse a sí mismo sino para servir a esa misma literatura de la que tan involuntariamente (o no sólo voluntariamente) se sirve. Pero sigamos con el verdadero tema que es el de Valera como un clásico, un ave fénix consolidado y para siempre, a los casi cien años de su muerte, que ha desembocado en su innegable inmortalidad.

Y si aunque lo primero de todo tuviera que ser la novedad, la más importante es la aparición del segundo gran volumen de sus "cartas", esa gran "correspondencia" que cautelosamente ni siquiera se denomina ni "completa", ni "general", por lo que pudiera pasar. Ya se sabe que Valera fue un gran escritor de cartas "privadas" o "familiares" (de lo otro ni se habla) -1.700 textos- y que también muchas se han mantenido ocultas, se han perdido o han sido destruidas por herederos inconscientes cuyo falso pudor moral desembocó en una inmoral e impúdica desaprensión. Pero bien, a palo seco, sin demasiadas notas ni cronología, ni bibliografía suficiente, y en una edición "monódica" (sólo incluye los textos de Valera, no los de sus corresponsales, que habrá que buscar en otras de las muchas ediciones que tan infructuosamente han ido apareciendo) he aquí el último gran "monumento" -así califiqué el primer tomo hace algo más de un año, aunque ahora la misma editorial ha lanzado los dos primeros tomos de la prosa de Quevedo que van a ser ocho y que lo serán también- de la literatura española en estos principios de nuevo milenio, seguimos pues hacia delante. Y aunque todavía queden cuatro volúmenes por aparecer, no he querido correr el riesgo de no poder llegar hasta el final, pues no todas las apoteosis están a nuestro alcance.

La otra novedad de ahora mismo es la aparición del tercer volumen de sus Obras completas en la excelente edición que Margarita Almela ha preparado para la benemérita Biblioteca Castro, que proyecta publicar un total de nueve. En realidad, es la tercera edición de la obra completa de Valera en un siglo, pues, aparte de las numerosas ediciones de muchos de sus libros -empezando por las celebérrimas narraciones de Pepita Jiménez, Doña Luz y Juanita la Larga- pues Valera fue un autor muy conocido entre el público, apreciado por la crítica y académico temprano, su hija Carmen publicó tras su muerte una primera obra completa en 53 volúmenes (1905-1935) que Aguilar recogería en sus tres grandes tomos entre 1945 y 1958, con introducción de Luis Araujo Costa, todo ello muy reeditado hasta su agotamiento final. Pero las investigaciones y nuevos descubrimientos han superado ya estas viejas ediciones, por lo que bienvenida sea esta nueva de la Biblioteca Castro que Margarita Almela nos está proporcionando de manera tan precisa como escueta, según las normas de la colección. Hasta ahora se han publicado sus cuentos completos, narraciones fragmentadas, teatro y traducciones (tomo I), sus cuatro primeras novelas (cinco si se empieza como aquí por la inacabada Mariquita y Antonio), en el segundo, y ahora se completan en este tercero sus cuatro novelas finales, que en verdad son una y tres, pues hubo alguna diferencia entre la publicación de la primera Doña Luz (1878) y las otras tres (Juanita la Larga, Genio y figura y Morsamor), que aparecieron entre 1895 y 1899. Una de ellas, Juanita la Larga, es la novela más alegre de Valera, la más optimista, en la que recrea a favor la vieja fábula del viejo y la niña, quizá inspirado (creo) en la fuerza que le devolvió el amor de una joven admiradora americana que acabó suicidándose por él. Pues don Juan Valera era mucho Valera, se superpuso a toda suerte de calamidades personales y colectivas, como haría ya al final, ciego, escribiendo su novela más misteriosa Morsamor -que personalmente es mi preferida- al año siguiente de la primera gran catástrofe de nuestra historia reciente, pero que, como acaba de aparecer en nueva edición exenta, merece comentario aparte.

Juan Valera: correspondencia, volumen II (1862-1875). Dirección de Leonardo Romero Tobar. Castalia. Madrid, 2003. 634 páginas. 58 euros. Juan Valera: obras completas, III. Edición de Margarita Almela. Biblioteca Castro. Madrid, 2003. 784 páginas. 50 euros.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 3 de enero de 2004