A principios de noviembre me aparece un acúfeno -un intenso pitido- en el oído izquierdo. Tras visitar al médico de familia y el servicio de enfermería del ambulatorio de Sant Cugat, me dan cita para el otorrino, para el 10 de febrero: tiempo suficiente para volverme loco. Sin embargo, y gracias a que el médico me ha calificado como enfermo preferente, me adelantan la visita al 29 de diciembre.
Me tranquilizo: ahora quizá sólo adquiera una psicosis poco avanzada. Voy al especialista, que me atiende -con una hora de retraso- durante dos minutos. Cuando le pregunto si mi problema tiene solución, no contesta nada. Cuando le pregunto si el fármaco que estoy tomando tiene efectos secundarios, responde que no se sabe nada sobre él. Cuando le sugiero que quizá el acúfeno esté motivado por mi medicación antihipertensiva, asiente y dice: "Podría ser". Cuando le pregunto qué puedo hacer para aliviar el problema, me sugiere que escuche música con un walkman. Me pide una audiometría. Le digo que me las practican habitualmente en las revisiones médicas del trabajo y que los resultados siempre son normales, y que oigo bien. Me dan hora para la audiometría y para una nueva visita: el 17 de marzo, dentro de casi tres meses. Creo que voy a volverme loco.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 3 de enero de 2004