Hoy, por primera vez en mi vida, tengo que escribir una carta que no sé ni cómo empezar, ni sé si la leerá quien nos pudiera entender. El pasado domingo, 21 de diciembre, enterramos a un ser querido; el cáncer nuevamente se ceñía sobre todos nosotros. Destrozados acudimos al cementerio de San Fernando de Sevilla; después de tantos días de sufrimiento, despedíamos a una gran mujer.
Tras esperar ante la tumba más de 30 minutos, aparecieron cinco hombre grandes como robles, llegaban enfadados, no hacía falta ser muy listo para notarlo, sin guardar ni un minuto de silencio, peleaban, se insultaban de tal manera que como no atendían al trabajo que estaban realizando, llegaron a romper el mármol lateral de la tumba y descendieron el féretro entre golpes laterales. Los que estábamos allí alucinábamos ante tan desagradable espectáculo, pero todavía teníamos que ver cómo se peleaban y pegaban con las palas. Todos tenemos grandes problemas y no nos da por pelearnos y pegarnos, solucionen sus problemas como personas antes o después de entrar en sus trabajos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 8 de enero de 2004