Ríase con ellos

Cuenta el autor que esta obra se estrenó en Barcelona, y que él mismo se encontró sorprendido por su éxito de taquilla. Sin embargo, es muy explicable. Es una de estas producciones cuyos intérpretes saltan de la televisión al escenario, como antes habían hecho el camino inverso, y que traen ya un número de espectadores de salón de casa. Está bien: les van a ver porque previamente les han gustado, les han hecho reír, y quieren ver cómo funcionan en persona: lo hacen mejor, porque la televisión y sus textos y sus direcciones son más duros con los actores: ha hundido a algunos. Carlos Hipólito, naturalmente, es insumergible, y sus compañeros. Así que en Barcelona pasó lo que tenía que pasar, y como supongo que pasará en Madrid, sin que el buen resultado del estreno oficial, con sus invitados que ahora son distintos -el cambio de la propiedad, o sea, el de los rectores de la Comunidad de Madrid y la muerte de la directora del teatro, Teresa Vico, han barajado los asientos-, pero con las mismas obligaciones, pasiones y ficciones, deba servir de referencia.

Vale la obra misma. Es cómica, con recursos cómicos: la base es la entrada de un hombre en un mundo donde cree conocer tramas y conspiraciones que no existen, entre ellas la de los socorridos celos, y que se justifica con la locura. Como el diálogo es rápido y gracioso, tanto por la gracia y la habilidad del autor como por cómo están dirigidos los actores, todos ellos con vis cómica y su difícil sensación de facilidad, el éxito está explicado. Es un fácil teatro comercial, del que hace falta.

Claro que Carlos Hipólito es el protagonista y lo merece, pero no el absoluto: sus compañeros Juan Codina -con sus propios monólogos- y Ángel Pardo y Elisa Matilla, cuya presencia justifica todos los celos, se ganan al público.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 11 de enero de 2004