Saliendo de Madrid hacia la sierra por la carretera de Colmenar, frente a una gasolinera, habíauna finca gigantesca cuajada de almendros y prunos que, en plena floración -ya estaría próxima- ofrecía con sus flores blancas y malvas un espectáculo de una apabullante belleza.
Si se completaba con la sierra nevada el paso por esos metros de carretera era algo parecido a un sueño. He visto con desolación que lo que ahora "florece" son enormes bloques de viviendas o tal vez de oficinas, un nuevo tapón para que Madrid quede encerrado en cemento. La primavera ya no será lo mismo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 11 de enero de 2004