En Tosca como, en mayor o menor grado, en todas las óperas de Puccini las exigencias teatrales son equiparables a las musicales. El melodrama italiano, y en particular el pucciniano, impone sus propias leyes. Dominan las pasiones, los sentimientos. La interpretación es fundamental. Viene todo esto a cuento para señalar el punto de inflexión que se produjo en la representación de ayer de Tosca en el teatro Real desde el momento en que pisó la escena Ruggero Raimondi. Hasta entonces todo transcurría de forma anodina. La soprano Daniela Dessi y el tenor Fabio Armiliato desplegaban su canto estilizado, y en cierto modo afectado, adornándose, sobre todo ella, de una gestualidad y de un movimiento en escena lleno de tics estereotipados a la antigua usanza, pero allí no pasaba nada que removiese mínimamente las turbulencias del alma. Pero apareció Raimondi y de repente el espectador se vio sacudido por su presencia. El teatro se abría paso. El factor humano se adueñaba de la escena y, claro, aquello empezaba a interesar e incluso a conmover. Vamos, tenía vida. Raimondi marcaba las diferencias.
Tosca
De Puccini. Con Daniela Dessi, Fabio Armiliato y Ruggero Raimondi, en los principales papeles. Coro y Orquesta Sinfónica de Madrid. Director musical: Mauricio Benini. Directora de escena: Nuria Espert. Escenografía: Ezio Frigerio. Figurines: Franca Squarciapino. Iluminación: Vinicio Cheli. Nueva producción en colaboración con la Asociación Bilbaína de Amigos de la Ópera. Teatro Real, Madrid, 14 de enero 2004.
No quiere esto decir que Dessi y Armiliato cantasen mal. Al contrario. Ella dio lo mejor de sí misma en el popular aria Vissi d'arte y él acometió con elegancia E luceven le stelle, pero eso, con ser mucho, en Puccini no es suficiente. Frases clave como la de "delante de él temblaba todo Roma" al final del segundo acto después de que Tosca matase al malvado Scarpia , o incluso arias de lucimiento como Recondita armonía, del tenor en el primer acto, pasaron desapercibidas y, lo que es más importante, la construcción de los personajes era distante, previsible. La intencionalidad expresiva de la pareja protagonista, con respecto a la de Raimondi, dejaba mucho que desear. Y ello desequilibraba la representación.
Ezio Frigerio resaltó desde la escenografía el poder represor de la Iglesia. Ello explica la grandilocuencia estética y el tono entre tenebroso e impositivo de las columnas marmóreas o las apologías eucarísticas. Franca Squarciapino rebajó el tono de violencia ambiental con un figurinismo ligeramente estilizado. Bueno, es una opción. Se empeñó también en utilizar largas colas en los trajes de Tosca, y así Daniela Dessi enganchaba su bello vestido del segundo acto por todas las esquinas, lo cual no deja de ser un fastidio para la concentración. Con esos apoyos escénicos, Nuria Espert dejó detalles de gran clase teatral, pero tengo la impresión que se le fue algo de las manos la definición sicológica de los personajes y lo que se entiende por tensión operística. Las convenciones acabaron por llenarlo todo.
La orquesta, a las órdenes de Mauricio Benini, estuvo desatada en el primer acto, incisiva en el segundo y banal en el tercero. Con todos estos factores la representación de Tosca se caracterizó por cierta irregularidad en su conjunto, quedando para el recuerdo una memorable actuación de Ruggero Raimondi. ¿Es poco? ¿Es mucho? Pueden poner ustedes la última frase, sea la que sea.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 15 de enero de 2004