En la guerra del llamado mundo occidental, en el que, la inmensa mayoría de las personas, opina, que es necia y vana, estimando, que no hay nada que compense la rabia, el dolor, el sufrimiento, el resentimiento, el odio y el deseo de venganza que genera, hay quien participa en ella para pasar a la historia, y ocultar problemas internos, para sacar ventajas económicas o estratégicas. En el caso de Irak se han sumado las bastardas razones para hacerla.
Cualquiera que observe, con la debida atención, el vuelo de los actuales pájaros, podría augurar lo que iba a ocurrir. Pocas cosas hay más tradicionales que la guerra entre los hombres, sean estos musulmanes, cristianos o de cualquier otra religión. Desde que nuestro actual Presidente de Gobierno dijo aquello de : "hemos pasado de ser un país simpático a un país serio", tras aliarscon su amigo Bush, rompiendo la esencial unidad de acción en la política exterior española, en contra de la visión europeista de legalidad, multilateralismo y espíritu de consenso con la que habíamos enfocado nuestra política exterior, no era difícil adivinar que íbamos a acabar en guerra.
A pesar de que, en España, casi nadie se creyó las deliberadas mentiras sobre las armas de destrucción masiva y las conexiones del régimen iraquí con Al Qaeda, nuestro Presidente de Gobierno, haciendo honor a su homónimo antecesor, Abu Duyaneta, quiso también, como éste,unos cuantos siglos después, convertirse en un prestigioso caudillo, conquistando y evangelizando al infiel, y ocupar, de esa manera, su lugar en la historia sin sopesar las consecuencias.
La afirmación, de que esta guerra nos llevaría a un mundo más seguro, aportando estabilidad a toda la región ha resultado ser errónea. No se han querido utilizar la información, ni la diplomacia para resolver los problemas de manera consciente y premeditada.
Tampoco se entiende que, después de la ocupación de Irak, los servicios de inteligencia y los diversos asesores, no hayan advertido de que la estrategia de plantear el diseño de un Irak prooccidental, fuera de su propio contexto cultural y religioso, iba a suponer un dramático fracaso, como se está viendo. Es un claro error de concepto y no de cálculo.
Utilizar la guerra tradicional como receta para combatir el terrorismo, convierte a muchos árabes moderados y razonables en ardientes y fanáticos guerreros, ya sea para hacer la guerra santa o para hacerla por otras razones.
Sr. Aznar, Vd ha vuelto a decir que antes España era un país informal. Ahora repite demasiado lo de país serio, cuando, en lo que nos hemos convertido, junto a EEUU y Gran Bretaña, en un país antipático para la mayor parte de la opinión pública mundial.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 19 de enero de 2004