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Crítica:

Humor neurótico

Retazos de vida pero desde una cotidianidad vista con humor e ironía. Así son los relatos creados por el estadounidense David Sedaris en Mi vida en rose, y que nutre con pasajes de su propia biografía.

Reza el tópico de que si Shakespeare hubiera nacido en nuestros días, habría sido guionista de cine. Pues bien, por la misma regla de tres, si Oscar Wilde existiera en el siglo XXI, probablemente trabajaría como humorista, quizá un escritor doblado de stand-up comediant cuyo perfil no distaría mucho del que ofrece David Sedaris en sus libros y lecturas en un escenario. La principal virtud de Sedaris es que ha sabido enlazar la tradición norteamericana del ensayo breve humorístico -de S. J. Perelman o James Thurber, en los años cincuenta, a Steve Martin o Woody Allen en la actualidad- con el discurso autoirónico y contrariado de los artistas del monólogo -de Lenny Bruce a Jerry Seinfeld o Stephen Wright-. Sus textos parten del entorno personal y familiar para contar situaciones cotidianas que se vuelven rocambolescas, y la comicidad aparece cuando el narrador decide que el mundo que le rodea se ha aliado contra él para hacerle sentir como un imbécil. El único antídoto, entonces, es un orgullo narcisista, de vedette herida, y una gran habilidad para sacar a relucir los defectos de los otros y así sentirse mejor.

MI VIDA EN ROSE

David Sedaris

Traducción de Toni Hill

Mondadori. Barcelona, 2003

237 páginas. 17 euros

Mi vida en rose, el último libro que Sedaris ha publicado hasta la fecha, se divide en dos partes muy diferenciadas pero igualmente brillantes. En la primera sigue rememorando episodios juveniles de su extraña familia, y como ya sucedía en Cíclopes (Mondadori, 2002), una antología de sus libros anteriores, aparecen sus padres o sus hermanas Gretchen y Amy, entre otros. En algún caso los artículos son circunstanciales y previsibles, meras secuelas de oficio, pero en la mayoría se reconoce el estilo neurótico de Sedaris. Especialmente divertidos son los textos dedicados a los talleres de escritura y a los restaurantes experimentales de Nueva York: "Resulta duro aceptar un lugar que ha prohibido fumar pero encuentra perfectamente natural servir pez crudo bañado en chocolate", escribe, o más adelante: "Si la cocina es un arte, creo que estamos en plena fase dadá".

La segunda parte es mejor. Sabemos que el narrador David Sedaris y su novio Hugh se trasladaron a vivir a Francia y los artículos cuentan el proceso de adaptación. Las clases de francés, la arrogancia de los franceses, los cines de París o los turistas norteamericanos, tan petulantes y horteras, son diseccionados con crueldad e ironía. "La comodidad tiene su lugar, nadie lo niega, pero me parece una falta de educación moverte por un país vestido como si hubieras venido a cortar el césped", nos dice al describir una pareja de mediana edad que le confunde en el metro con un carterista.

David Sedaris es un escritor gracioso y su influencia ya es notoria en el panorama norteamericano. Su obra se inscribe en una corriente muy actual, de novelar el yo autobiográfico, que agrupa tanto a Sebald como a Vila-Matas como a Kaminer, por citar sólo tres nombres. ¿Es Sedaris la aportación de la sociedad de consumo occidental a esta nueva tendencia?

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 24 de enero de 2004

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