EL VIAJE en coche y por caminos de ripio se convierte en una aventura de la que es protagonista la estepa patagónica: una gran extensión sin fin de tierra cubierta de coirón, la hierba típica de esta zona y alimento básico de las ovejas, y la gran cantidad de animales que la cruzan: ñandúes, zorros, ovejas, vacas, patos..., y, en el cielo, el vuelo de un cóndor. Hemos salido de Punta Arenas (Chile) a las 16.30 y llegamos agotadas, a medianoche, al parque nacional de las Torres del Paine.
Nos despierta la claridad que se cuela por el amplio ventanal, y, primera sorpresa, estamos rodeadas de picos cubiertos de nieve, y a nuestro alrededor todo es verde y destaca un gran parterre de flores con todas las tonalidades del rosa. A las nueve nos recogen Eduardo, nuestro guía, y Edgwin, el chófer, y comenzamos un recorrido lleno de sorpresas.
Nos asombran los guanacos paseando tranquilamente; después, los zorros. Escuchamos el silencio y el canto de las aves; conocemos al pájaro colegial (negro y con una especie de mochila naranja en la espalda), pimpollos y muchos otros cuyos nombres es difícil retener. Hacemos una parada en la laguna de los cisnes y observamos a los cisnes de cuello negro y también a los caicúes, unos patos patagónicos que, según nos cuentan, son muy fieles a sus hembras, hasta el punto de morir si enviudan. Después nos dirigimos a la cascada de Salto Grande, donde el viento casi nos tumba y la espuma que desprende el agua al caer llega hasta nosotros. Tenemos el privilegio de contemplar un grandioso ejemplar de cóndor planeando sobre la cascada y posándose luego sobre una de las cimas que la rodean. Más tarde aparecerán otros dos ejemplares, que nos ofrecerán todo un recital de vuelo. Continuamos hacia el lago Pehuec, siguiendo el curso del río Paine, dominado por las montañas que llevan su nombre: los Cuernos del Paine. Todo es grandioso y hermosísimo.
Eduardo nos propone acercarnos al lago Grey, y cuando llegamos nos quedamos sin palabras: el panorama es impresionante. Al fondo, un gran glaciar, el Grey; más cerca, una playa inmensa de piedras negras, y entre el glaciar y la playa, flotando en el lago, grandes bloques de hielo de color azul intensísimo desprendidos del glaciar. El viento nos arrastra en nuestro paseo por la playa, y, a medida que avanzamos, los bloques de hielo van adquiriendo formas diversas y el azul va variando con los cambios de luz.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 24 de enero de 2004