Hace unos días, el señor Álvarez-Cascos ha manifestado su voluntad de retirarse de la vida política parlamentaria, lo que, parece ser, advirtió tiempo ha en un arrebato de solidaridad con su mentor y guía, José María Aznar.
En la conferencia de prensa en que anunció la nueva (yo diría buena nueva), reclamó -he oído después que exigió- respeto con su vida privada. Bien, nada más fácil, al menos para mí. Le puedo asegurar al señor Cascos que si se separa o no, o si tiene una nueva pareja, no se alterará mi pulso ni por un instante.
No obstante, creo que es él quien ha mostrado un escaso respeto por su vida privada mezclándola con su vida pública como ministro al adquirir, por un elevado importe y para las dependencias del ministerio que dirigía, unos cuadros a una galería de arte que es dirigida, casualmente, por su actual pareja.
El embellecimiento de un ministerio no es cosa mala, bien al contrario, creo que es algo altamente aconsejable. Sin embargo, hacerlo al tiempo que proporciona unos importantes beneficios en bolsillos tan allegados parece, al menos, torpe e inoportuno.
No debería el señor Cascos olvidar que en la vida, y sobre todo en la vida pública, no sólo hay que ser bueno, sino que hay que parecerlo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 25 de enero de 2004