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Crítica:

El bien y sus héroes

Primero fue película y luego libro. Es Kamchatka, la novela de Marcelo Figueras que narra los días previos de una desaparición, de la gestación de los miedos.

Sí, Kamchatka es el nombre de una península a la que bañan los mares de Bering y Ojotsk, pero también es una palabra que suena a gloria y al pronunciarla está el eco de un entrecruzar de espadas. Eso dice Harry, un niño de 10 años, que como Ismael el de Moby Dick siente "una comezón eterna por las cosas remotas, pues la distancia representa la dimensión de la aventura que se está dispuesto a emprender". Kamchatka es también Avalón, el lugar donde otros esperan para regresar.

Cuando Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) comenzó a trabajar en un nuevo guión de película para el director Marcelo Piñeyro (a los dos les había ido bien en su trabajo conjunto de Plata quemada sobre un texto de Ricardo Piglia), una idea tozuda persistía en quedarse sobre las demás: aquella que contaba la historia de un niño, hijo de desaparecidos en Argentina, que debía convivir necesariamente con su abuelo. Hubo película, pero aquel guión no fue sino la punta de un iceberg, pues con palabra potente emergió la que sería una novela bellamente narrada. También se llamó Kamchatka.

KAMCHATKA

Marcelo Figueras

Alfaguara. Madrid 2003

336 páginas. 17 euros

El origen y el destino de este texto está en contar la antesala de la desaparición, el clandestino caminar de quienes robados para la vida ya nunca tendrán presencia. Figueras narra ese preámbulo, esa rutina zigzagueante todavía veteada con rasgos de normalidad. En definitiva, intenta arrinconar la perseverante maldad para que ésta no tome protagonismo absoluto. Lo consigue Figueras. En Kamchatka un niño y su familia hacen frente al mal con argucia y una imaginación que no desmienten la realidad, pero la burlan.

Un intenso apego siente

el lector según avanza por esos capítulos mínimos de la novela, que son pasos de un baile exquisitamente ejecutado y que contiene cada uno de ellos un relato fresco, intenso y angustioso. Les digo que el lector acaba riendo y llorando. Capítulos estos que dan forma y van engrasando el complejo trasunto del miedo. Conmovedora, admirable en su narración, hermosa y apacible en su lectura, Kamchatka es una novela especial que habla de la felicidad con la edad de la inocencia mientras el mal acecha y la pegajosa oscuridad se agranda y el miasma se extiende y llega el anochecer sobre el pasar de los días y la luz huye de todas las miradas.

El autor de El muchacho peronista y El espía del tiempo, que ahora se adapta al cine, trabaja la ilusión de la verdad, la finge y hace de Harry un héroe, arropado por una memoria de lecturas arraigadas en él como lo están los surcos en la corteza de los árboles. Oz, Camelot, Neverland o Avalón serán otros lugares y habrá otros clandestinos como Ulises en el territorio de los Cíclopes, Batman o Superman. Harry se llama así en ese tiempo de ocultamiento, en memoria de Houdini el escapista. Harry, ese mismo niño que nos habla, nos señala su clausurada inocencia con esta terrible rúbrica: "Estar al lado del bien no garantiza un final feliz". Lo que les digo, reirán y llorarán.

Una cosa más, Kamchatka es también el lugar desde el que resistir. No se la pierdan.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 31 de enero de 2004

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