Creo que se debe aceptar cualquier posibilidad de arte en todas sus manifestaciones, desde Velázquez hasta los montajes actuales, pero una cosa es aceptar su posibilidad y otra muy distinta es entusiasmarse o disfrutar de todas ellas. Por supuesto que nuestra admiración o nuestro rechazo depende, en gran parte, de prejuicios; tenemos igual o incluso más prejuicios que juicios, y el gusto, el placer de una percepción artística es personal y subjetivo.
Todo esto viene a cuento de la exposición de arte normativo en la Sala Caja San Fernando, titulada El número y la mirada; un título tan acertado como sugerente para la obra que tiene la Caja de Barbadillo y otros siete artistas también expuestos que, en 1968, intercambiaron experiencias con técnicos, programadores y matemáticos en el Centro de Cálculo de la Universidad de Madrid.
Un deseo de acercar la técnica al arte y viceversa; una intención de utilizar el ordenador para facilitar la ejecución de alguna parte de su trabajo; la ambición del conocimiento de la informática; la oportunidad de investigar nuevas ideas con nuevos instrumentos. Todo eso me parece ahora el arte normativo que hace años me electrizaba con su novedad y su misterio. Para los autores debió ser útil, interesante y divertido al mismo tiempo; seguramente fueron los arquitectos quienes pudieron sacar más utilidad y provecho. Para los que nos interesábamos por el arte desde fuera, desde la superficie, aquello era la modernidad impactante, y nos producía rechazo o admiración sin que tuviéramos claro el porqué, entre otras cosas porque nada sabíamos de los entresijos.
No cabe duda de que la informática ha sido una revolución en nuestras vidas y ha resultado imprescindible, pero en el terreno del arte plástico aun queda vigente la imprecisión que, a través de la mano, llega a una recta y parece darle un hálito de vida. Es una percepción parecida a la diferencia entre la música en un CD o en un teatro, con el pequeño error humano que hacemos nuestro. No se trata de un rechazo a la perfección matemática, que también es bella, ni al concepto, que puede ser matemático y poético; posiblemente sea un prejuicio, pero yo, al menos, prefiero el error feliz, la intuición de esa mano imperfecta.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 3 de febrero de 2004