Veo en el periódico la noticia de la nueva obra de Crinavis, un terminal de gas natural licuado. Las autoridades se llenan la boca al hablar de cuatrocientas y pico puestos de trabajo y a mi se me encoge el corazón pensando en los trabajadores que se llevará por delante dicha obra. La anterior se llevó a mi hermano, un joven de 27 años, lleno de vida y de ilusiones, que iba a trabajar y no a morir. Pero nos estamos dando cuenta que el trabajo mata, y cada vez más.
La ruina que esta situación lleva a las familias es total, unos padres que no tienen consuelo, unos hermanos que se siente impotentes ante tanto dolor. Para las empresas responsables son sólo números negativos en unas partidas ya asignadas en su contabilidad. Para los sindicatos son fotos en los medios de comunicación. Para los tres inspectores de trabajo asignados al Campo de Gibraltar es papeleo extra. Me pregunto qué se puede hacer para parar esta locura. No quisiera que nadie más pasara por esto, es demasiado dolor e impotencia.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 4 de febrero de 2004