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OPINIÓN DEL LECTOR

Arena sobre la historia

Una noche, mientras me dirigía a cenar con el director de una editorial, me llevé una gran sorpresa: la antigua estación de Renfe de Málaga había desaparecido de un plumazo; un gigantesco socavón, como de una explosión resultante, es lo que quedaba de aquel edificio emblemático de nuestra ciudad. De pronto, se me vinieron imágenes de numerosos viajes en "aquellos trenes que iban hacia el Norte", huidas hacia adelante de mi juventud... El escenario del primer acto de mis sueños de verano, la antesala de la partida al país de nunca jamás, había desaparecido.

Una vez más, mi ciudad había renunciado a conservar parte de su identidad histórica, sin darme tiempo a congelar, en tonos sepia, sus hogareños brazos forjados en acero. En otras capitales se había respetado la longevidad de las antiguas estaciones de tren adaptándolas como espacios de uso público: museos, centros culturales, etcétera. Las de Atocha (Madrid), Francia (Barcelona) o Córdoba (Sevilla) siguen abriendo sus puertas en un bello entorno al estilo del siglo XIX. Aquí, ni siquiera se había abierto un caluroso debate, ni siquiera se nos ha preguntado...

Mi tío Paco, antiguo ATS de aquella estación, había sucumbido poco antes. Recuerdo la serenidad y simpatía con que relataba antiguas vivencias, incluso dolorosos episodios de la Guerra Civil. Aún hoy, el Gobierno central se niega a calificar como "golpe de Estado" aquella hecatombe que dejó tantos millones de víctimas de ese otro tipo de terrorismo. Algo parecido a la invasión de Irak: pisoteada la legalidad internacional, ¿quién resarcirá a las víctimas de nuestra ambición?

Hoy, la reforma de la Ley de Extranjería vuelve a condenar a miles de residentes y trabajadores a la clandestinidad, al negárseles la posibilidad de legalizar su situación. Nuevo golpe de mano contra unos seres que, como antaño, son considerados menos humanos. "Que se vayan a su tierra...", se dice, como si no fuera con nosotros. Abanderados por el nuevo Duque, Pedro, miran a Marte, en busca de vida más allá, sin importarles que seamos el cerrojo y guardia de una fortaleza europea construida sobre cimientos de explotación y empobrecimiento, cuyos millones de víctimas no entienden las evoluciones del "gen egoísta". La memoria histórica sigue siendo ultrajada. Con la misma frialdad que han mostrado al volatilizar la estación del tren.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 7 de febrero de 2004