Selecciona Edición
Selecciona Edición
Tamaño letra
Crítica:TEATRO | 'El castigo sin venganza'

Pensamiento, amor, sangre

El título es sonoro y falso y conservador: el Duque castiga a los transgresores de un orden moral y legal, que mantiene una ofensa a Dios, pero no se venga personalmente de ser la víctima de la ofensa, que consiste en el amor consumado de su segunda esposa con su hijo. Claro que hay venganza: casi se podría decir que sólo hay venganza. Es muy evidente en la lectura de la tragedia, en otras representaciones y en esta misma que Lope estaba al lado de la joven pareja adúltera e incestuosa. Hay durante todo el principio, al brotar el amor después de un encuentro espectacular en el que los dos se desconocen, alusiones a la libertad del pensamiento, a la imaginación y la fantasía: son palabras que rondan continuamente para justificar el amor, incluso con una afirmación de que "el pensamiento no delinque": "porque en el mundo no hubiera / hombre con honra si fuera / ofensa pensar la ofensa". Pero la ofensa del adulterio se cumple; y ya se dice que no hay más posibilidad que la sangre. El propio vengador reniega de las leyes del honor: "¡Ay, honor, fiero enemigo / ¿Quién fue el primero que dio / tu ley al mundo...?". Parece que el inventor fue Dios, porque Calderón lo pondría en verso: "Es patrimonio del alma / y el alma sólo es de Dios".

El castigo sin venganza

De Fray Félix Lope de Vega Carpio. Versión: Rafael Pérez Sierra. Intérpretes: Manuel Navarro, Emilio Cerdá, Carlota Ferrer, Daniel Ortiz, Víctor Benedé, Lidia Navarro, Sonia Almarcha, Vicente Ayala. Vestuario: Pedro Moreno. Escenografía y dirección: Adrián Daumas. Teatro de Madrid. Madrid.

Cuando el Duque manda matar a su hijo, después de elucubraciones sobre si es lícito matar a alguien de su propia sangre, el feroz Duque le responde: "En el tribunal de Dios, / traidor, te dirán la causa". Ahora que los obispos acusan a la "revolución sexual" de los malos tratos de hombres y mujeres, y especialmente a los musulmanes, convendría recordar que el Dios cristiano de aquellos tiempos ya andaba matando a los que pecaban. O a los que lo parecía: cuatro o cinco años después de esta obra Calderón daría su Médico de su honra en el que el asesino mata a su mujer de una manera espantosamente calculada -desangrada por un médico- sabiendo que no le ha sido infiel, sólo porque las apariencias pueden hacer creerlo y el honor hay que vengarlo. ¡España!

Aquí está el interés de esta obra, en la belleza del idioma, en la calidad, muchas veces, del verso: la adaptación de Pérez Sierra es cristalina. La dirección de Daumas, que resalta la intención de Lope de presentar al público la brutalidad de la condena, hace tomar a los actores aires de ópera, y esta tragedia hubiera sido una muy buena: pero no lo es. Teatraliza el teatro. Y añade un pequeño barullo con la entrada y salida de los cadáveres, y con una nevada final cuya intención ignoro.

Los actores hicieron bien lo que se les mandaba; sonaron estupendamente las voces del Duque, Manuel Navarro, y del hijo incestuoso, Daniel Ortiz; con Lidia Navarro merecieron la mayoría de los aplausos.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 7 de febrero de 2004