Sin cesar, desde hace unas semanas, ha ido aumentando la incertidumbre electoral. Más aún: a medida que se aproxima el 14 de marzo las fuerzas del azar se aceleran y los elementos que introduciría la demoscopia para su análisis se vuelven más y más tornadizos. ¿Decidirá la incoherencia interior del socialismo? ¿La torpeza iracunda del PP? ¿La imprevisible correría de un candidato, su esposa o sus subordinados? El accidente es hoy la ley del valor. La clave de la narración.
No importa cuánto se haya hecho o se haya dicho. Tampoco vale gran cosa la ideología, el programa munificente o incluso el lamentable aspecto del candidato. Ahora se ha llegado a un punto en que el resultado será absolutamente inexplicable para la posteridad porque su advenimiento obedecerá al azar y no habrá otra base para escribir la lógica de la historia. En el futuro, estas elecciones generales pueden significar -como en otras partes- el grado cero del pensamiento político y la instauración de la política del accidente. O lo que es lo mismo: el triunfo de la sección sucesos elevada -como viene observándose en los diarios o telediarios- a patrón general del valor. De hecho, todo lo que pertenezca hoy al orden de lo previsible pierde peso o categoría de actualidad. Nuestra contemporaneidad (en el arte, en las comunicaciones, en la fe) está compuesta de espasmos y el hecho aleatorio es lo más moderno que se puede dar. La consecuencia es que, a medida que lo fortuito gana espacio, el "principio de realidad" retrocede y termina por no pesar siquiera los 21 gramos del suspiro final. El mundo queda en manos del acontecimiento súbito, la noticia bomba, la tronadura de Carod o el rebufo indeseado de la guerra iraquí. Nadie sabe lo que vendrá después y en cualquier momento: lo sabido es que estallará.
Los medios de comunicación han convertido de tal manera la información en sensacionalismo -con el fin de vender más- que ahora la realidad imita a los medios y se presenta mediante sorpresas con el propósito de ganar la primera página y la preferencia del "realizador". Jamás detectamos tantos sobresaltos sucesivos pero ¿quién duda de que precisamente este es el estilo del mundo, el máximo signo de la ficción?
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 7 de febrero de 2004