Nunca es tarde si lo bueno llega, aunque muchas veces su retraso, ya no puede compensar el bien perdido. Algo de esto ha sucedido estos días con el varapalo del Papa a la rentable industria farmacéutica por su tacañería con las pobres víctimas del sida. Preferir alta rentabilidad económica en medicamentos u otros negocios ante sufrimientos y muerte de millones de personas, es crimen de lesa humanidad. Muy bien, por esa clara denuncia desde el Vaticano, pero no tan buena como servicio evangélico, cuando esta denuncia de una tal extrema necesidad percibida, es trasladada, bien que certeramente, a responsabilidades ajenas, dejando de asumir las propias que, por justicia y exigencia de testimonio, deberían tener preferencia. Sólo después de no anteponer ningún motivo que justifique el mantener bienes capitalizables ante necesidades personales extremas y ello, aún a riesgo de quedar en total pobreza, sin medios de cualquier orden: artísticos, muebles, inmuebles, financieros, etc. (que pertenecen al "Jesús necesitado que los espera"), se puede, con fuerza moral, denunciar la falta de solidaridad en quienes se mueven por principios menos humanos o divinos. No vayamos a quedarnos tranquilos con que sigue valiendo aquello de: "Haced lo que ellos dicen, pero no lo que ellos hacen".
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 10 de febrero de 2004