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COLUMNA

Absoluciones

Hace nada, el alcalde de Toques fue condenado por sobrepasarse con una menor, pero a falta de una ratificación de la sentencia, la mayoría de sus congéneres ya lo han absuelto de pecado. En Orihuela, el edil denunciado por supuesto acoso a una trabajadora eventual del servicio de limpieza ya ha recibido la rotunda absolución de sus vecinos, y ello a pesar de que el Juzgado de Instrucción número uno ha admitido a trámite la denuncia y ha puesto en marcha las acciones pertinentes.

La presunción está ahí, qué duda cabe, pero a veces ni siquiera un dictamen legal y confirmado sirve de mucho. Hace nueve meses (5 de mayo de 2003) el Juzgado de lo Penal número uno de Córdoba condenó a José Domingo Rey, de 49 años, sacerdote de la parroquia del Salvador de Peñarroya, a 11 años de prisión por abusar de seis niñas de entre ocho y diez años. Pese a los probados tocamientos vaginales -el párroco reconoció haberlos practicado de modo fortuito, sin darse cuenta, y nunca con ánimo lascivo- el fallo fue recurrido ante la Audiencia y el sacerdote siguió oficiando misas en su Iglesia. Hace dos días, la Audiencia Provincial ratificó la sentencia. 24 horas después, Juan José Asenjo, obispo de la diócesis y ex-secretario de la Conferencia Episcopal, no había tomado otra medida que defender al párroco, dejando "constancia de su apoyo" a un hombre que, pese a estar condenado, asegura no haber incurrido en "comportamientos morales incompatibles con su condición sacerdotal". Pues bien, que siga allí. Su ejemplo servirá para que muchos perturbados den pábulo a sus bajos instintos sin temor a las leyes. Saber que por encima de un veredicto judicial hay un poder supremo que absuelve por corporativismo o simpatía anima a seguir practicando abusos de esta índole. Ahora resulta que el pecado genera afectos, apoyo y solidaridad infinita.

Última hora: Visitación Pizarro y las otras cinco madres afectadas han recibido un comunicado de la jerarquía católica en el que se confirma la destitución del sacerdote. La Iglesia rectifica, lo que no sabemos es quién hay detrás de esta acción: el propio Dios, el defensor del menor, la prensa o la opinión pública. Quizá todos.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 12 de febrero de 2004