Caben pocas dudas sobre la vocación aperturista, en su acepción más amplia, del primer ministro portugués, empeñado en romper el tabú que todavía representa para algunos sectores del país vecino la idea de unas relaciones estrechas con España, vínculos caracterizados durante demasiado tiempo por una perniciosa mezcla de indiferencia y -como ha declarado José Manuel Durão a este periódico- cierto complejo portugués. No hace mucho que empresarios e intelectuales lusos todavía alertaban sobre una supuesta amenaza española, que para unos remitía a recelos seculares y otros concretaban en miedo a que el pez más grande acabe condicionando la vida del más pequeño.
A la consolidación de esta desconfianza no han sido ajenas las interminables dictaduras padecidas por ambos países durante buena parte del siglo pasado, cuando vivían de espaldas mientras se proclamaba una hermandad ficticia. Lisboa y Madrid, sin embargo, parecen haber entendido finalmente las exigencias de la nueva realidad. En la Europa que se avecina, España y Portugal tienen por delante una estrecha cooperación forjada en intereses comunes, no en agravios reales o inventados. Ese ineludible guión, a pesar de las lagunas, se ha concretado en los últimos tiempos en ámbitos tan decisivos como las comunicaciones -autovías, puentes, proyectos ferroviarios-, el agua o la creación de una red eléctrica conjunta.
Durão Barroso no lo está teniendo fácil en su propósito de ampliar los horizontes portugueses y devolver a su país un empañado prestigio. En su camino se han cruzado reveses económicos y políticos que van desde una recesión severa o incendios devastadores hasta escándalos como el caso inicuo de la Casa Pía, hoy sometido a proceso judicial. Algunos de esos episodios han arañado la autoestima colectiva.
Pero lo más alentador de su mensaje desde este lado de la frontera es su convicción, que compartimos, sobre lo que España representa hoy para Portugal. Ningún tipo de amenaza o imposición, simplemente una oportunidad de crecer juntos en la nueva Europa.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 13 de febrero de 2004