ME DUELE LA BOCA de decirlo: por favor, no me regaléis más libros. Al próximo que me regale un libro se lo tiro a la cara, es que se lo come. Dirán ustedes que estoy megaviolenta, pero es que las criaturas tenemos un límite. Y yo por las buenas soy muy buena, pero por las malas, se me hincha la vena aorta. En eso he salido a mi padre. Mi padre tiene una escultura tremenda que me concedieron como premio a mi vasta Obra y la ha puesto en la mesilla de noche porque dice que si, una noche de estas, le entra una mafia organizada en casa puede echar mano de dicha temible escultura para asestar un golpe mortal en la cabeza al líder de dicha banda. Qué hombre más radical. Y tiene otro esculturón en la bañera, al lado del Sanex, por si la banda organizada irrumpe mientras se está duchando, y otra al lado del sillón en el que se sienta a ver Versión española (por si salgo yo). Por cierto, desde aquí te lo digo, Cayetana: ni puto caso, tú supermercuriana, que todo te resbale. Ahí la que tuvo cintura, a qué negarlo, fue Ana Botella, que ante las preguntas sobre el bulo más bobo de la historia, dicen que dijo: "¿Con Cayetana? Qué más quisiera él". Desde aquí te lo digo, Cayetana: si sobrevivió el ministro Borrell a aquel rumor (que rozaba la ciencia-ficción) sobre una presunta relación de sincera amistad con Ortega Cano, sobrevive cualquiera. Aunque yo estoy con lo que me decía Javier Cámara: "Que no nos desmientan los bulos, que los bulos nos hacen soñar". Por ciertísimo, cómo está Cámara de travestón en la película de Almodóvar. Se sale. Con peluca rubia, homenaje, según me confesó, a Farrah Fawcett Majors, admiración que comparto. Yo en tiempos fui con una foto de Farrah a una peluquería de Moratalaz a que me cortaran el pelo como ella. Yo era muy niña, entiéndanme. La peluquera hizo lo que pudo, pero la diferencia entre Farrah y yo, a nivel físico, ay, siguió siendo abismal. Claro que luego ella se dio a las drogas y se quedó en el chasis. Se siente. No como yo, que, como dice la copla: "Es lo que tiene / que el aire a mí me engorda / y el vino / no me conviene". Menos mal que desde que practico Pilates, me estoy poniendo marmólea. O sea, que vi La mala educación, de la que se hablará y mucho, porque es bellísima y porque trata de un cura abusador, entre otras cosas. Lo mejor de la película, tomen nota, es el actor catalán Lluís Homar, el tío más atractivo, de porte y de actuación, que he visto en el cine español desde hace un huevo. Lluís: no te conozco de cuerpo presente, pero ya me gustaría. A lo que iba, que le he tenido que regalar todos los trofeos que me han ido dando a papá, porque ya no tengo sitio material en las estanterías. Aunque la verdad, si mi Obra tiene la misma calidad que las esculturas que me han dado cuando he ganado un premio, es para suicidarse como autora y como mujer. Ya te digo: no tengo sitio en las estanterías. Se ve que España entera piensa que para una literata no hay mejor regalo que un libro. Das una charla en un instituto y te obsequian con un libro; vas a un Ayuntamiento, te dan cinco sobre flora y fauna local; vas a una ONG y te endosan cuatro sobre comercio justo. Y yo soy muy lectora y amante de la flora y también de la fauna, y ultrasolidaria, qué caramba, pero, ¿qué se cree la gente, que mi casa es la Biblioteca Nacional? Luis Landero me contó que una vez dio una charla en Valencia y le regalaron un tomazo titulado: La problemática sexual de la mujer sorda en la Comunidad Valenciana. Por ciertísimo, desde aquí te lo digo, Landero: dile a tu santa que, vaaaaaale, que iré a su instituto a dar una charla; pero, por Dios, que no me regalen un libro. Anda que no hay regalos para una mujer sensible como yo: de un boli a un bolso de Prada. Si a mí me gusta todo. Pero los libros, que se los metan por donde les quepan. A mí, concretamente, no me caben. Y eso sin contar con los manuscritos que le mandan a mi santo desde su pueblo natal, que es un pueblo de una creatividad espeluznante. Un sábado a las nueve llamó un mensajero al timbre y sin quitarse el casco dejó caer a mis pies un cacho paquete que casi hace un boquete en el suelo. Como el paquetazo venía de Jaén, yo pensé: "Una garrafa de aceite bien merece un madrugón". Sí, sí, aceite. Cinco manuscritos que mandaba un paisano a mi santo para que le diera su sincera opinión. Pero ese tío, pensé yo, ¿no tiene otra cosa que hacer en la vida que escribir, no tiene familia? Y con eso de dar la opinión estás vendido: si das tu sincera opinión, ese tío te odiará siempre; si le mientes y le dices que es cojonudo, se pegará como una lapa; y si haces lo que yo hice, dejar caer aquellos manuscritos en el contenedor (de papel), va el tío y escribe diciendo que se los devolvamos porque era su única copia. Pero, criatura, ¿sólo tienes una copia y me la mandas a mí? Yo no quiero libros. Ni manuscritos. A mí me pasa como a Proust, soy asmática y es ver llegar a un mensajero con un libro y me da ahogo. Dice mi santo que es psicosomático. Pos vale, lo que tú digas, para ti la perra gorda. Y él me contesta: "Ay, la perra gorda... tú sí que eres la perra gorda". Y luego dicen que yo soy faltona.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 15 de febrero de 2004