El presidente de Brasil, el ex tornero Luiz Inácio Lula da Silva, se ha propuesto presentar a su país al mundo no como subalterno y pedigüeño, sino con la dignidad que le corresponde de país emergente, casi un continente, que no tiene porqué avergonzarse ni ante los poderosos Estados Unidos, con los que hay que dialogar, ha dicho, "con la frente erguida". Quizás por eso, y como símbolo de la potencia e importancia de Brasil, Lula ha decidido deshacerse del viejo avión presidencial que le obligaba a hacer varias escalas en viajes alrededor del mundo y comprar un flamante aerobús importado, de 54 millones de dólares, que pocos grandes del mundo poseen. Tiene 24 metros de largo y cuenta con varias posibles decoraciones europeas y americanas. Sus arquitectos han diseñado 17 módulos, entre los principales, un dormitorio con cama matrimonial, baño y ducha, un despacho o salón de reuniones con siete asientos con poltronas mayores que las de primera clase. El lugar vip es para 18 personas. Un cambio en el aerobús de Lula es que en vez del comedor de lujo de otros magnates, ha preferido un departamento de clase ejecutiva para 40 personas sin bar ni salas. Y es que al presidente brasileño le gusta viajar rodeado de amigos y empresarios. A quienes han osado insinuar que ese dinero podría haberse dedicado al proyecto de Hambre Cero, enseguida les han recordado lo que respondió a sus críticos el creador del carnaval de Río, el de mayor fausto del mundo, Luisinho Trinta, salido de las favelas: "La manía de la pobreza es cosa de intelectuales. A los pobres lo que les encanta es el lujo y la riqueza".-
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 18 de febrero de 2004