Mi mujer trabaja ocho horas diarias en la calle, haga frío o calor, llueva o nieve; ayuda a personas accidentadas, avisa a ambulancias si alguien necesita auxilio, contribuye a que todos encontremos una plaza de aparcamiento, orienta a peatones y conductores extraviados, ha ayudado a recuperar objetos perdidos, coches robados...; en su presencia, los delincuentes prefieren esconderse ante la posibilidad de que avise a la policía.... Me ha contado cómo sufre en silencio insultos y vejaciones por parte del público; algunos de sus compañeros han sido brutalmente agredidos y vive con el constante temor de tropezar algún día con algún coche bomba de ETA. A cambio de todos estos desvelos, su empresa le paga la miseria de 600 euros al mes (menos de 100.000 pesetas de las de antes).
Su empresa se embolsa cada semana miles de euros y se niega a llegar a un acuerdo razonable para que ella y sus compañeros cobren un salario digno, equiparable al que paga en otras ciudades a controladores que tienen su mismo trabajo, empujándoles a una huelga que recortará aún más su sueldo y en la que saldremos perdiendo todos los madrileños. Quiero animarla a que siga luchando para desempeñar algo más que un trabajo, un servicio público necesario, en unas condiciones dignas; a los usuarios del Servicio de Estacionamiento Regulado (SER) a que respeten a estos trabajadores; a la empresa a que reconozca sus reivindicaciones, y al Ayuntamiento a que medie para que se solucione este problema antes de que se convierta en un conflicto.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 18 de febrero de 2004