En el padrón de Figueres, como en el de cualquier municipio de España, como en cualquier urbe del orbe, hay figuras y, aunque no haya un circo permanente, hay fieras.
José Andrés O. L., un maltratador de mujeres (en los archivos policiales constan sus antecedentes), despechado con su pareja, que había tenido los ovarios de poner fin a la relación infernal que había mantenido con él -en la que había aguantado lo indecible-, la roció con un líquido inflamable y le prendió fuego con un mechero, siendo el viol(ent)ador doméstico, también (¿castigo de Dios?), pasto de las llamas.
Las fieras deben estar enjauladas, si lo que se pretende es reeducar y reinsertar socialmente.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 19 de febrero de 2004