Miguel Poveda hizo unos cuantos cantes, entre ellos la toná. Fue el mejor de los suyos, el mejor de la noche, quizá el mejor del festival. Es la última toná que grabó don Antonio Mairena en su disco póstumo, El calor de mis recuerdos, que termina de manera memorable con aquel grito: "¡Qué grande, qué grande, qué grande es la libertad!". ¡Y qué grande fue el cante de Poveda! Cuando llegó a esa cumbre, se dejó ahí el alma y la vida, en una abrasante y casi agresiva rendición de jondura. Quien se sentaba a mi lado, que nunca había escuchado la toná a Mairena, me dijo: "No sé cómo la cantaría el maestro, pero, mejor que Poveda, me parece imposible". Y en la pausa del descanso, que se produjo casi de inmediato, el público estaba aún impresionado por el cante del joven catalán. Lo he dicho y lo he escrito en más de una ocasión: Miguel Poveda es ya un clásico. Porque canta el flamenco de manera ejemplar, porque no mixtifica, porque se acerca siempre a esa música con la dignidad que ella merece. Antes de la toná había hecho los cantes de Levante, de manera admirable, como las malagueñas que siguieron y una larga secuencia de cantiñas de muy diverso cuño; después, aliviándose legítimamente, tientos y tangos.
Noche de gran cante, y no sólo por Poveda. Estuvo también Fernando Terremoto, una de las voces señeras del cante de Jerez. Nos sigue recordando al padre, la magia de aquel cante enfebrecido que con un solo ¡ay! podía poner el teatro boca abajo. El hijo aún no ha logrado acceder a ese poder de expresión definitivo, pero la escuela en la que ha bebido, su afición y sus facultades personales, que son formidables, han hecho ya de él un cantaor en plena madurez, espléndido representante del sin par eco jerezano.
Gabriel Moreno, por fin. Nacido en tierras jaeneras, aunque de niño creció en Málaga y desde muy joven se estableció en Madrid. Llevaba tiempo sin cantar aquí, inexplicablemente, porque es un maestro con una veteranía y un saber flamenco no frecuente. Su cante es el de la dulzura, el de la melodía entrañada, que supuso un remanso de paz al final de la jornada. Voz de caramelo, que hizo refinadas versiones por tarantas, por siguiriyas, por malagueñas, por soleares. Feliz reencuentro con este maestro a quien esperamos, y deseamos, oír con más frecuencia.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 21 de febrero de 2004