De vez en cuando, cuando los análisis sobre lo que sucede en los Balcanes se torna demasiado complejo, se mete todo en un saco y se lo precinta con esa frasecita tonta de que "los Balcanes producen más historia de la que pueden consumir". Cita cuya paternidad, por cierto, se disputan varios autores, desde Clemenceau a Ortega, y no sólo Churchill.
Tal podemos leer en un reciente artículo del señor Matvejevic, en clave erudita. En realidad, este asunto de la "historicitis" que aqueja a los analistas balcánicos empieza a resultar incluso peligroso, como señala Georges Corm, conocido autor libanés, que nos recuerda cómo los supuestamente eternos odios internétnicos han servido durante años para justificar la injerencia de las grandes potencias en el amplio espacio ex otomano (balcánico y del Oriente Próximo), arrogándose el papel de juez y parte en los diversos conflictos.
¿Pero acaso nosotros no consumimos historia por un tubo? Hace pocos días, un historiador checo y otro húngaro me comentaban que en sus países se planteó la idea de "pasar página" de la historia, siguiendo la célebre consigna de la transición española, pero al final se percataron de que eso era imposible.
También lo es para nosotros: por estos pagos, cualquier novela sobre la ya lejana Guerra Civil, aunque sea de calidad cuestionable, tiene la venta asegurada. No hace mucho, el señor Carod resucitaba el "¡No pasarán!" y en las autonomías la historia tiende a explicarse en clave fervientemente nacional, generando incluso divertidas exageraciones en algunos libros de texto.
A este lado de los Balcanes, me temo, nos pegamos unos buenos atracones de historia, como puede comprobarse también en algunas de las polémicas que corren por esta misma sección.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 22 de febrero de 2004