Mis padres me inculcaron que se tenía que ahorrar para el día de mañana.
Cuando tenía 15 años empecé dando clases de matemáticas a personas mayores que yo que no habían tenido oportunidad de estudiar. Entonces vivía en casa de mis padres y estas ganancias me servían para ir los jueves por la tarde al cine. En la posguerra, ya universitario, entre becas y clases me pagaba la vida.
He trabajado durante 60 años, me jubilé a los 75 y ahora, a los 85, me doy cuenta de que mi familia me aconsejó mal. ¿Hubiera sido más lógico haber gastado el dinero en juergas, vino, mujeres, drogas, etcétera?
¿Por qué se penaliza el ahorro? ¿Por qué tengo que pagar a Hacienda el impuesto de patrimonio, sobre unos ahorros que en su día ya pagó el IRPF?
Si Dios quiere que viva 10 años más, ¿seguiré obligado a declarar? ¿Tendré que seguir pagando la culpa de haber ahorrado? ¿Qué consejo debo dar a mis hijos, nietos y biznietos?
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 26 de febrero de 2004