Náufragos en un mar de primeras piedras, de traviesas de virtuales trenes de alta velocidad que en alguna década del presente siglo serán realidad, al borde del ahogo por los miles de metros cúbicos que regarán la huerta (qué huerta) Plan Hidrológico Nacional mediante y ahítos de promesas que harán de todos los españoles más buenos, más justos y más benéficos, los ciudadanos nos deslizamos hacía el domingo 14 de marzo con más paciencia que ilusión. Después de todo no hay campaña electoral a la que no le venza su plazo.
Pero, por extraño que parezca, los políticos no invierten todo su tiempo ni todas sus energías en convencer a los electores de las bondades de sus promesas en contraposición a las de sus adversarios. Una parte nada desdeñable de su esfuerzo se destina a otras campañas, internas, subterráneas, con la vista clavada en el día D+1, el 15 de marzo. He escrito subterráneas, aunque en realidad no lo son tanto. Véase el pulso que libran los seguidores de Eduardo Zaplana y Francisco Camps. Quienes están con el ministro suspiran por un resultado que supere el porcentaje obtenido por el presidente de la Generalitat en las elecciones autonómicas. El fic haje de José María Chiquillo, amén de servir para blindar el noveno escaño por Valencia, está en esa clave. Nadie puede batir al campeón. Y menos que nadie su díscolo heredero. Los afines a Camps, mientras tanto, esperan y callan. Qué remedio. Cedieron ante el ministro en la confección de las candidaturas, pero suyo es el presupuesto.
Mientras tanto toman nota. Apuntan, por ejemplo, el hecho de que la Cámara de Comercio de Valencia diera a conocer en plena campaña un informe muy crítico con la situación industrial. "Esto no pasaba antes", aseguran, y no dejan de preguntarse porqué ahora sí.
La campaña interna de los socialistas viene de lejos. Joan Ignasi Pla confeccionó las candidaturas para amarrar los votos del próximo congreso del PSPV aún a costa de finiquitar de mala manera el largo compromiso político y el servicio público de Ricard Pérez Casado. Tamaña tropelía se intentó paliar con anuncios de falsas gabelas económicas. La justificación, además de inexacta, rozaba el insulto. Por fortuna todavía hay quien confía en el ex alcalde de Valencia para otros menesteres.
El sector valencianista también anda revuelto. Que la Unión Valenciana de Chiquillo se subastara en almoneda era cosa que se veía venir. Los partidos regionalistas nacieron de la incapacidad de la derecha española para configurarse como alternativa al socialismo de los años 80 y desaparecieron cuando el PP llegó al poder. Nunca pasaron del regionalismo bien entendido y nunca comprendieron el significado del nacionalismo, en consecuencia han vuelto al seno de la derecha política española de la que surgieron. Cuestión distinta ocurre por la izquierda. El Bloc concurre a estos comicios con dos problemas: la deriva de una parte de su electorado hacia el voto útil y la aparición por su izquierda de Esquerra Republicana del País Valencià a la que se nota con más presencia pública porque tiene más medios que en anteriores elecciones. Pero lo que realmente molesta es que se anuncien sin complejos. Un dirigente del Bloc es contundente: "Si no tuvieran complejos, hablarían de Països Catalans". No le falta razón. Pero ésa es su otra campaña.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 28 de febrero de 2004