El pasado 26 de febrero, la práctica totalidad de los medios catalanes se hicieron eco de la ley sobre horarios comerciales que está preparando el Gobierno de la Generalitat para evitar que la ley liberalizadora fijada para enero de 2005 vea la luz. Esperan que antes de verano puedan aprobar la citada norma y anunciar el habemus ley, o lo que es lo mismo, la píldora del día siguiente.
A nuestro nuevo y flamante consejero de Economía le recordaría que somos muchos, a pesar del poco ruido que desgraciadamente hacemos, los que nos veríamos beneficiados de que tal liberalización no sólo fuese aplicada en Madrid. Porque muchos somos los que dependemos de las grandes superficies para realizar la compra semanal, sometidos como estamos de lunes a sábado al dictado de nuestras obligaciones laborales.
Escudarse en razones tales como que los únicos interesados en la liberalización son los señores del Gobierno y la Comunidad de Madrid me parece simplificar demasiado el debate, hasta el punto de rayar en el populismo, apelando a las aburridas, por manidas, cuestiones del centralismo. Pues bien, señor Esteve. Ni soy madrileño, ni del Partido Popular, ni comulgo con sus ideas. Soy catalán, votante de personas, que no de partidos, amo de casa y trabajador. Y es esta última condición la que me obliga a pasar gran parte de mi tiempo de ocio y descanso, la tarde de los sábados, en un centro comercial.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 29 de febrero de 2004