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Entrevista:HANS BLIX | EX PRESIDENTE EJECUTIVO DE LA COMISIÓN DE INSPECCIÓN DE NACIONES UNIDAS | ENTREVISTA

"EE UU minó la credibilidad de los inspectores de la ONU"

Hans Blix, 75 años, abogado sueco y diplomático, dirigió la Asociación Internacional de Energía Atómica y la Comisión de la ONU para Vigilancia, Verificación e Inspección en Irak. Sus inspectores aportaron múltiples datos que desmentían una gran parte de las informaciones sobre la existencia de armas de destrucción masiva

En la última planta de un bloque de apartamentos de tres alturas, lo más parecido a una vivienda de protección oficial a la española, a pocos minutos del centro de Estocolmo, Hans Blix abre la puerta nada más oír el timbre. A su despacho se llega después de atravesar el salón. Todo está ordenado. Ha estado escribiendo durante ocho meses bajo un cartel que dice: "¡Blix, sí! ¡Bombas, no!". Él mismo lo recogió en una calle de Nueva York durante las manifestaciones contra la guerra de Irak, en marzo de 2003. Su libro Desarmando a Irak será publicado en Estados Unidos y Alemania a mediados de marzo próximo; Ediciones del Bronce-Planeta prevé lanzarlo a finales de abril en España. El personaje Blix desprende cuando habla cierto aire de aquellos trazos de inocencia y candidez que se dejó el actor norteamericano James Stewart en la película El hombre que sabía demasiado, de Alfred Hitchcock. He aquí los tramos de la conversación que mantuvo en su casa con EL PAÍS.

"Hicimos más de un centenar de inspecciones. Concretamente hallamos muchas cosas sin justificar, pero eso no significa que las armas estaban allí"

"John Wolf, del Departamento de Estado, ejercía una forma de presión. Era sugerir: 'Diga que los aviones son para dispersar armas biológicas y químicas"

"Los inspectores decíamos que Irak no había aceptado el desarme; pero, al mismo tiempo, nuestros informes no aseguraban que existieran esas armas"

"Chirac me dijo que los servicios de inteligencia a veces se intoxican unos a otros. Él no creía que Irak tuviera armas de destrucción masiva"

"Powell nos dijo que si las inspecciones no daban resultado, EE UU no vacilaría en desacreditarlas en favor de la intervención armada. Fue una cosa brutal decir eso"

"¿De dónde salían las cintas en las que presuntos oficiales iraquíes hablaban de destruir agentes químicos? ¿Quiénes las habían proporcionado?"

Pregunta. Usted visitó la Casa Blanca el 30 de octubre de 2002, ¿cómo fue su reunión con el vicepresidente, Dick Cheney, y el presidente, George W. Bush?

Respuesta. El lunes 28, el secretario de Estado norteamericano, Colin Powell, me propuso una reunión con el presidente Bush. El día 30, al director general de la Asociación Internacional de Energía Atómica (AIEA), Mohamed ElBaradei, y a mí nos llevaron a ver primero al vicepresidente Dick Cheney. Prácticamente habló solamente él durante la breve reunión, en plan ejecutivo sólido y muy seguro de sí mismo, yo diría excesivamente confiado. Habló de la situación política internacional, siempre desde el punto de vista de la seguridad de EE UU. Nos dijo que si las inspecciones eran incapaces de dar resultados no se podrían mantener de forma indefinida. Recuerdo que dijo: "En tal caso, Estados Unidos no vacilará en desacreditar las inspecciones, en favor de la intervención armada". Fue una cosa brutal decir eso.

P. ¿Qué respondieron?

R. ¿Qué podías decir? Era una advertencia. Piensas que no te están tratando bien. Pero, ¡este hombre es honesto! [ríe]. ¡Después de todo, no creía en las inspecciones, estaba en contra! Era obvio que esta reunión no estaba pensada para hacer un intercambio de puntos de vista. Fue un aviso.

P. ¿Y qué pasó en el encuentro posterior con Bush?

R. No fue una conversación profunda. También estaban presentes Cheney y Paul Wolfowitz. Bush dijo que Estados Unidos confiaba en mí y en Mohamed ElBaradei y que nos apoyaría. Cheney calló. Ya nos había pasado el mensaje.

P. El 5 de febrero de 2003, usted estaba en el Consejo de Seguridad; ¿qué sintió mientras Colin Powell presentaba lo que él mismo calificó como sólidas pruebas? ¿Se trataba de pruebas? ¿Eran sólidas?

R. Powell me llamó por teléfono una semana antes para hablarme de su informe. Me anticipó que mostraría lo que necesitábamos ver, aunque, matizó, no iba a ser un informe determinante. Ésa fue su definición. Mientras lo escuchaba, el día 5 de febrero, pensé: qué cosas interesantes está diciendo, me gustaría tener alguna prueba sobre ello...

P. Pero, ¿le impresionó en aquel instante?

R. Tengo que decirle que no me impresionó. Una gran parte del material que Powell desplegó ya nos había llegado a través de los servicios de inteligencia de EE UU y el Reino Unido. Habíamos visitado, después del 27 de noviembre de 2002, muchos de los emplazamientos que Powell describía; también tomamos muestras para analizar y detectar la presencia de agentes químicos y biológicos. Y no encontramos pruebas convincentes de que Irak desarrollara actividades prohibidas. Él habló de camiones de descontaminación que, según los analistas de inteligencia, se usaban para trasladar armas químicas. Nuestros expertos, en cambio, tenían otra explicación: eran camiones que transportaban agua. Habló de laboratorios móviles. Nosotros no creíamos en su existencia. Déjeme agregar una cosa. Cuando Powell nos hizo escuchar una grabación de teléfonos pinchados entre presuntos oficiales iraquíes en la que se hablaba de ocultar o destruir agentes químicos se trataba de persuadirnos de que Irak poseía gas nervioso. Yo soy abogado. Pensé: ¿de dónde salen estas cintas?, ¿quiénes las han propocionado?, ¿el espionaje norteamericano?, ¿la oposición iraquí a Sadam? Tenía que saber más antes de considerarla una prueba solvente. Como cuando uno está en un tribunal. Me sentía como un juez imparcial.

P. ¿Acaso no se plasmaba en el show de Powell lo que el vicepresidente Cheney le había advertido el 30 de octubre de 2002 en la Casa Blanca? ¿No era como decir: ustedes no se enteran de lo que ocurre?

R. Sabe, durante la presentación no se me ocurrió que Estados Unidos, sirviéndose de la credibilidad personal de Powell, intentaba mostrar al mundo lo que éste necesitaba ver, y, claro, lo que nosotros, inspectores, no habíamos sabido encontrar. Nosotros decíamos que Irak no había aceptado verdaderamente la idea del desarme, pero, al mismo tiempo, nuestros informes tampoco aseguraban que aún hubiera armas de destrucción masiva. Y ahora EE UU afirmaba precisamente su existencia.

P. ¿Cuál fue la bestia negra del doctor Blix durante todo el proceso?

R. Diría que hay más de una bestia negra. Si mira el caso de David Kay, que ahora acaba de descubrir que no había armas de destrucción masiva, es un ejemplo.Es ciertamente una de mis bestias negras. Hizo mucho daño a nuestra labor. Porque durante sus 10 años en Washington, lo que incluye sus contactos en el Pentágono, influyó muy negativamente sobre la actividad de la AIEA, sobre mí mismo y sobre Mohamed El Baradei. Fue un hombre muy activo y muy negativo en los círculos militares. En agosto y septiembre de 2002 estuvo haciendo campaña con la fórmula de que las inspecciones eran inútiles, y promovía la guerra. En enero de 2003 escribió que no se trataba de encontrar una pistola humeante [prueba de cargo] en Irak e insistió en que las inspecciones no servirían de nada. Él actuaba, pues, en el campo de los superhalcon es. Ahora dice: "Casi todos nos equivocamos".

P. Kay sostiene que también el presidente francés, Jacques Chirac, creía que Irak poseía esas armas. A modo de descargar culpa, el Gobierno español asegura que los franceses eran de esa opinión. ¿Es así?

R. Recuerdo que el 17 de enero de 2003 Mohamed y yo nos dirigimos al palacio del Elíseo a entrevistarnos con el presidente Chirac. No llegué derrochando admiración por él. Pero me fui con la idea de que su posición contraria a la guerra estaba dominada por la convicción de que Irak no representaba una amenaza suficiente como para usar la fuerza. Le dije que varios servicios secretos, incluyendo el francés, estaban convencidos de que todavía quedaban armas de destrucción masiva y que nosotros necesitabamos más tiempo para comprobarlo. Chirac dijo que Francia no poseía ninguna prueba seria de que Irak poseyera armas ilegales. ¿Sabe lo que me dijo? Que los servicios de inteligencia a veces se intoxican unos a otros. Personalmente, él no creía que Irak tuviera armas de destrucción masiva.

P . Tony Blair, por el contrario, sostuvo desde el 24 de septiembre de 2002, que Irak estaba en condiciones de atacar en 45 minutos con armas de destrucción masiva. ¿Qué impresión tuvo de sus encuentros con Blair?

R. Conocí el dossier británico en septiembre de 2002. Cuando leí que, según afirmaba el informe, con la firma de Blair, Irak podía concretar un ataque con armas de destrucción masiva 45 minutos después de ordenarlo, era claro que estaban exagerando, estaban intentando vender el producto... Después del viaje a París, a mediados de enero de 2003, Blair me recibió. Le preocupaba el prolongado calendario de nuestras inspecciones. Y me señaló que Estados Unidos no podría mantener a sus tropas ociosas en la región durante meses. Me habló de adoptar una decisión grave el 1 de marzo de 2003 si Irak no cooperaba "honestamente".

P . ¿Usted mantenía contacto con el inspector británico David Kelly?

R. Sí. Le contraté para que impartiera cursos para los inspectores de Unmovic. Era un gran especialista en programas de armas biológicas. Y le veía cuando se pasaba por nuestras oficinas. Tenía una cabeza crítica. Desconfiaba de los iraquíes. Pero, al mismo tiempo, estoy seguro que no compartía la idea de un ataque en 45 minutos. Habló con la prensa, expresó sus críticas al Gobierno para el que trabajaba. No era razón para suicidarse. Pero sintió mucho lo que pasaba.

P. ¿Acaso el Gobierno británico no quiso hacer más sexy el problema, es decir, presentar la amenaza de Irak como más grave de lo que era?

R. Por supuesto, sí, proporcionar una información parcial al servicio de un objetivo político. Es lo que los ingleses llaman spin. Los políticos venden sus productos al público. Simplifican, exageran. Claro, cuando se trata de vender una guerra, donde van a morir muchas personas, esperas que lo que te digan sea solvente. Ahora me gustaría volver a David Kay. Ciertamente, él se equivocó. Nadie se equivocó más que él. Ahora dice que no hay armas de destrucción masiva en Irak y trata de explicarlo todo como un error de los servicios de inteligencia. Está tratando de ayudar a Bush. Yo, por mi parte, no exonero a los políticos, pues engañaron al público al exagerar la amenaza iraquí. Kay dice que, si bien no hay armas, Irak tenía programas, intenciones y presuntos laboratorios subterráneos que eran suceptibles de ser utilizados para armas químicas y biológicas. Bien, debe presentar las pruebas de que fueron usados. Le diré más: incluso cuando todos sabemos que Sadam Husein hizo cosas horribles, será necesario probar sus crímenes en un juicio con todas las garantías.

P. Otra de sus bestias negras es John Wolf, secretario adjunto de la Oficina de No Proliferación del Departamento de Estado, un hombre de orientación neoconservadora...

R. En efecto, él era miembro del colegio de comisionados con el cual Unmovic debatía su trabajo. En una ocasión... bueno, en realidad fueron dos. Una ocurrió en una reunión del colegio, tuvo expresiones muy fuertes. L o más molesto ocurrió el 6 de marzo de 2003. Vino a mi despacho, el día anterior a la decisiva reunión del Consejo de Seguridad del 7 de marzo. En esas fechas, la Administración de Bush pretendía tener dos pruebas de cargo nuevas, definitivas, contra Sadam: un avión no tripulado que podía servir, decían, para dispersar armas biológicas o químicas, y una bomba de racimo con el mismo propósito. Wolf, pues, me preguntó en tono descortés por qué la Unmovic no creía que el avión y la bomba de racimo fueran violaciones de los compromisos de Irak. Me lanzó sobre la mesa fotografías de un avión de ese tipo y de una bomba de racimo. Conocíamos estos temas, pero teníamos que comprobar algunos datos. Por aquellos días supimos por la prensa que EE UU había solicitado colaboración al Reino Unido para colocar micrófonos en las oficinas y teléfonos particulares de los diplomáticos de países miembros del Consejo de Seguridad de la ONU. Yo no podía, pues, excluir la posibilidad de que los norteamericanos hubieran logrado romper la codificación de nuestra línea segura de fax, a través de la cual quizá se hubieran enviado las fotografías desde Irak. Le pregunté a Wolf de dónde había sacado las fotos. Y me dijo que no me lo iba a decir. Yo repliqué: me molestaría si las hubiera obtenido a través de personal de Unmovic. La verdad es que lo que me dijo en aquella ocasión fue de muy mal gusto.

P. ¿Cuál era el propósito de Wolf?

R. No me cabe duda de que ejerció una forma de presión. Me estaba queriendo decir: "¡Salga usted y diga que estos aviones son para dispersar armas biológicas y químicas !". O usted debe decir: "¡Esta bomba de racimo es la prueba de cargo que buscábamos!".

P. ¿Tuvo alguna consecuencia este hecho?

R. Yo mencioné al pasar, el 7 de marzo, ante el Consejo de Seguridad, que estábamos investigando el alcance de los aviones no tripulados, pero no hablé de la bomba de racimo... ¿Y qué pasó? Pues el domingo 9 de marzo The New York Times publicó un detallado artículo en el que importantes funcionarios de Washington revelaban que los inspectores, es decir, nosotros, habíamos descubierto "un nuevo tipo de cohete [la bomba de racimo] que al parecer estaba fabricado para dispersar sobre grandes áreas submuniciones cargadas con agentes químicos y biológicos". La semana siguiente recibí los informes de mis expertos. La bomba y sus submuniciones, según precisaron, eran copias de un diseño surafricano que Irak había importado hacía muchos años. ¿De dónde salió? Se halló en el almacén de una vieja fábrica y parecían ser restos abandonados más que un arma de actualidad. No había ni rastro de agentes químicos. Esta bomba tuvo una breve pero intensa vida política que duró desde el jueves 6 de marzo de 2003, cuando Wolf vino a mi despacho y me tiró las fotografías, y el lunes 10, cuando el embajador de EE UU ante la ONU, John Negroponte, lo mencionó informalmente en las consultas del Consejo de Seguridad. Después de eso no volvimos a oír hablar de ella. Quizá continúe en aquel almacén de municiones viejas y amortizadas; quizá, quién sabe, la hayan vendido como chatarra. Pero lo que sí me quedó claro de todo esto es que la Administración de Bush estaba decidida a hacer que el avión no tripulado y la bomba de racimo centrasen la atención y el debate, pretendió hacer de ambos "las presuntas pistolas humeantes que los inspectores habían menospreciado deliberadamente". Colin Powell se quejó por el hecho de que yo podría "haber sacado más provecho" del avión. ¿Cuál era la verdad sobre estos aviones? El 11 de marzo, el régimen iraquí presentó el avión a la prensa. Su capacidad de carga era de 20 kilos, y, al parecer, estaba diseñado para llevar una cámara de vídeo, no armas biológicas. Las alas, según se pudo comprobar, estaban hechas de madera de balsa y estaban unidas con cinta adhesiva. Sabe, es interesante: nunca más oímos hablar de este asunto. Como tampoco se volvió a mencionar en marzo de 2003 las presuntas existencias de ántrax.

P. Pero la historia de los aviones y la bomba de racimo se solapó con la denuncia de Mohamed ElBaradei, el 7 de marzo, de que la presunta compra de uranio enriquecido a Níger por parte de Irak era una falsedad. ¿Conoció usted anticipadamente la conclusión a la que llegó ElBaradei?

R. Mohamed no me lo contó antes de la reunión. Pero siempre me pareció curioso. Verá, cuando alguien habla de uranio, la gente piensa en bombas atómicas. Pero el uranio que se extrae de las minas y se concentra para hacer yellowcake [tarta amarilla] debe pasar por largos procesos industriales y químicos antes de convertirse en el explosivo necesario para las bombas nucleares. Y mi punto de vista es: si las instalaciones iraquíes para realizar esos procesos estaban destruidas, ¿para qué querían comprar tarta amarilla? El día que Irak se quitara de encima las sanciones de la ONU, podría extraer uranio de sus propias minas. La historia de Níger era contraria al sentido común. Ahora, bien es cierto que nada podía ganar más apoyo para un ataque preventivo contra Irak que una prueba de que estaba a punto de tener armas nucleares. Condoleezza Rice, asesora de Seguridad Nacional, advirtió que EE UU "no tenía que sentarse a esperar que llegue el hongo atómico". La AIEA, que fue responsable de todas las inspecciones nucleares en Irak, bajo mi dirección primero y bajo la de Mohamed ElBaradei después, no vio ningún indicio que llevara a tal conclusión. Para impulsar su posición, la Administración Bush se propuso minar la credibilidad de la AIEA. Ahora, después de la guerra, sabemos que la AIEA tuvo razón al cuestionar las pruebas de EE UU y el Reino Unido. Y debo recordar que las críticas infundadas no han sido retiradas. Estados Unidos tuvo los presuntos contratos de Níger durante largos meses y la Agencia Central de Inteligencia (CIA) los dio por buenos. En cambio, los colaboradores de ElBaradei, que sólo consiguieron esos documentos a finales de febrero de 2003, tardaron 24 horas en confirmar que eran un montaje. Colin Powell, tras conocer la denuncia de ElBaradei, declinó pronunciarse sobre la falsificación, y, por el contrario, hizo un esfuerzo para minar la credibilidad de la AIEA. Lo que más preocupaba a EE UU era conseguir que la ONU votase a favor de la guerra.

P. El 16 de marzo de 2003, en la reunión de Bush, Blair y Aznar en las islas Azores se insistió en la amenaza nuclear. El 18, Aznar declaró en el Congreso español que Irak, repitió que Irak, intentaba adquirir un componente nuclear, a pesar de la denuncia del 7 de marzo. ¿No le pareció una manera flagrante de desautorizar a los inspectores en la línea de lo anticipado por Cheney?

R. Pero si el mismo 16 de marzo el vicepresidente Cheney contestó a ElBaradei: "Creo francamente que está equivocado. Si contemplamos el historial de la AIEA veremos que han subestimado o no han sabido descubrir lo que hacía Sadam. No tengo ningún motivo para creer que esta vez sus afirmaciones sean más válidas de lo que lo han sido en el pasado". Era parte de la operación de lo que yo llamo el linchamiento de Blix y ElBaradei.

P. ¿Qué se siente cuando países como España, por ejemplo, pretenden justificar su apoyo a la guerra con los informes que elaborados por ustedes?

R. Estuvimos en Irak desde noviembre de 2002. Hicimos más de un centenar de inspecciones. Y yo informé de manera inequívoca al Consejo de Seguridad. No hay prueba de cargo o, como prefieren los americanos, pistolas humeantes. No hemos hallado ni rastro de armas de destrucción masiva. Concretamente: hallamos muchas cosas sin justificar, pero no saquen la conclusión de que una cosa sin justificar es lo mismo que decir que las armas están allí...

* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 29 de febrero de 2004