EL PAÍS inicia a partir del próximo jueves, 4 de marzo, una nueva colección de CD, Los discos de tu vida 2, de periodicidad semanal y con un total de 25 títulos al precio de 5,95 euros cada uno al comprar el correspondiente ejemplar del diario. Una nueva selección que se inicia con Elton John y su Don't shoot me I'm only the piano player y concluye con el Murmur del grupo estadounidense R.E.M., y en la que, una vez más, se han utilizado criterios amplios y eclécticos en los que se ha buscado conjugar calidad y cantidad, discos de éxito en su día recuperados ahora por su demostrada calidad.
Entre los indicadores que a buen seguro servirán a los antropólogos del futuro para conocer las sociedades desarrolladas de nuestro presente estará, sin duda, la música popular apreciada por la mayoría, la que figuró en las listas de éxitos. El pop y el rock forman ya parte indiscutible de la cultura popular, es decir de la cultura, de la segunda mitad del siglo XX. Es verdad que siempre ha existido, existe y, probablemente, existirá el debate entre la calidad y la cantidad, entre lo que se considera exigente y minoritario frente a lo que se consume mayoritariamente. Un debate con vocación de eternidad que ha venido a sustituir en alguna medida al que antes se producía entre el fondo y la forma, en el que teóricos como Lukacs y muros como el de Berlín parecían justificarlo. Caído el muro y semiolvidado Lukacs, cantidad y calidad, popular y exquisito, comercio y experimentación vinieron a sustituir al dilema que nunca existió, pero que reconfortaba y reconforta a determinadas conciencias, entre el fondo y la forma.
Mantener la calidad décadas después de haber sido lanzados merece nuestro respeto
Lo que en los años 60 podía ser motivo de escándalo ha devenido en fiesta escolar
El paso de los años permite también valorar algunas características del mundo del rock y del pop, de quienes los lideraron, que quizás pudieron pasar inadvertidas o poco valoradas en su momento. Por ejemplo, su capacidad transgresora de la moral establecida y su indudable influencia para coadyuvar a cambiarla. Si el nuevo hedonismo de una parte de los jóvenes de los años sesenta del pasado siglo se resumía en el lema "sexo, drogas y rock and roll", Elton John, sin ir más lejos, asumía plenamente la tríada del placer, con el añadido de que su públicamente declarada homosexualidad apoyó notablemente la hoy aceptada convicción -salvo en ámbitos minoritarios como la Conferencia Episcopal, el Gobierno de George Bush y pocos más- de que el sexo, el amor o como quiera llamársele es, básicamente, uno de los pocos placeres que van quedando en este valle de manipulaciones, injusticias y mentiras.
Y lo que en los años sesenta podía ser motivo de escándalo, 40 años más tarde ha devenido en fiesta de fin de curso escolar al lado de los programas con tertulias que inundan ininterrumpidamente nuestras televisiones generalistas desde la sobremesa hasta la madrugada.
La colección de discos de EL PAÍS incluye clásicos que recorren la amplia gama que va desde la dulzura de Simon y Garfunkel al desgarro de Janis Joplin y The Doors, sin olvidar la golfería de Rod Stewart, el poderío de Tina Turner y Aretha Franklin o la ortodoxia rockera de Roy Orbison. Naturalmente, un apartado de la cultura tan potente como el pop-rock ha creado hace tiempo por comodidad clasificatoria géneros y subgéneros tan perfectamente inútiles como los que se utilizan en otras disciplinas como la literatura o las artes plásticas. Y así se podría hablar del subgénero de "los elegantes", en los que la colección incluye a sus máximos representantes: Marvin Gaye, Brian Ferry, Chris Rea o Robert Palmer, artistas que han hecho de un concepto tan indefinible y real como "la clase" su característica esencial. Si en el mundo flamenco "el duende" tiene difícil explicación pero rotunda significación, "la clase" es inseparable de ese enorme talento musical que fue Marvin Gaye hasta que el descerebrado de su padre -pastor de alguna Iglesia evangélica, dicho sea de paso- le descerrajara varios tiros delante de toda la familia en el día que cumplía años, o de ese dandy absoluto que es Brian Ferry, con o sin Roxy Music.
Los discos de tu vida 2 incluyen también muestras de la generación posterior a los ya citados, una especie de hijos o hermanos pequeños de los que bien podrían ser considerados ya académicos: El Labour of love, de UB40; el Life in a day, de Simple Minds; el Reckless, de Brian Adams; The Captain & Me, de Doobie Brothers; IV, de Toto, e incluso Parallel lines, de Blondie, en una amalgama de estilos, tendencias y conceptos tan heterogéneos como la vida y la música mismas.
Y si aún no se ha conseguido en el lector la anhelada estupefacción, digamos para terminar que los 25 CD de EL PAÍS incluyen también títulos selectos de Vangelis, Foreigner, Cat Stevens, la Electric Light Orchestra y Texas, en una traca final que nada tiene que envidiar a cualquiera de las mascletás falleras y que abarca desde el sinfonismo del compositor griego Vangelis Papathanassiou hasta la cálida sensualidad de Sharleen Spitteri, la voz de Texas.
Siempre habrá quien considere con suficiencia que la selección se decanta hacia nombres ya consagrados, hacia aquellos que hace tiempo demostraron su rentabilidad comercial, sin pararse a pensar en que, en un mundo tan competitivo como el de la música pop y rock, el que un compositor y cantante mantengan la calidad y el aprecio mayoritario por sus creaciones varias décadas después de haber sido lanzadas a la vorágine de un libre mercado en el que tanto abundan las flores de un día merecen todo nuestro respeto y reconocimiento.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 1 de marzo de 2004