Mariano Rajoy tiene algo de hijo de papá de la política porque ha heredado su cargo de José María Aznar. Si el actual presidente en funciones hubiera propuesto a otra persona, Rajoy no sería candidato, y en esa designación Zapatero le lleva ventaja, pues no fue promovido por su antecesor -como sucedió en el PSOE en tiempos del discreto Joaquín Almunia-, sino que se ganó la plaza en un congreso extraordinario donde partía como outsider.
Rajoy tiene pinta de hijo muy mayor que todavía vive con sus padres, muy cómodo y la ropa bien planchada, y la habitación grande y blanca llena de vídeos de ciclismo, de revistas de viajes, y de puros habanos. Zapatero, sin embargo, es el sastrecillo valiente de nuestra vida política. Un Bambi que aprende la profesión de jefe de gobierno a la vista de todos. Porque el país entero contempla en directo, como en un Gran Hermano de la política, los aciertos del candidato leonés, sus fallos, las honradas rectificaciones, su arcangélico optimismo. Y no está de más recordar que gracias a su entusiasmo, a su beatífica impostura, Zapatero ganó el congreso de 2000, donde habló de esperanza cuando los otros aspirantes lo hacían de contrición. ZP se fue por la senda del alborozo y la transparencia, y mucho recuerda a Buster Keaton en su intrépido papel de maquinista de la General. Lo mismo que el conductor de aquella locomotora mítica, Zapatero parece aguantarlo todo: olvidos, burlas, descarrilamientos, maniobras internas, incendios periféricos, amagos de deslealtad y muchos otros chaparrones y ambigüedades que parecen diluirse bajo la determinación sonriente del maquinista del PSOE, que se crece ante las adversidades y que transmite bondad, que es el principal valor de los hombres. Y de las mujeres. Y los hombres y las mujeres se están dando cuenta de este capital humano, sencillo y eficaz. Y el propio Zapatero, cuya oratoria mejora día a día, también se está dando cuenta de que Rajoy es más flojo de lo que parecía, y ya corre la sensación entre los populares de que don José marró al no poner a Rato. ¿Por qué fue?
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 2 de marzo de 2004