Nos acaba de dejar un modelo de bondad, cultura y sabiduría lingüística. Sus libros y colaboraciones periodísticas han contribuido a corregir infinidad de vicios en el uso del idioma que, a veces por ignorancia y otras por la indolencia que arrastra su uso rutinario, pervierten las palabras, confunden su significado y ridiculizan el lenguaje. Sus artículos, combinación químicamente pura de didáctica y humor, aportaron una nueva forma de enseñar a hablar y escribir correctamente el castellano, al que contribuyó a limpiar, fijar y dar esplendor. He sentido la noticia de su partida como un maldito dardo en el corazón. Descanse en paz, maestro.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 5 de marzo de 2004