Manuel Molina, por bulerías y con los brazos abiertos al cielo como él acostumbra, puso el punto primero: "...nació de la Farruca y el Moreno / creció junto a su abuelo...", y el final: "...se fue, se fue, pero antes dejó la semilla de la raíz de la belleza..." de este Alma vieja que obviamente ha sido pensada y creada a mayor gloria del Farruco ausente. En tono, dicho sea de paso, excesivamente laudatorio y exaltador, que esta familia no necesita en absoluto.
Porque todos los Farrucos se hallan confortablemente instalados en el éxito de excepción, bajo la égida omnipresente -también en el escenario- del genio desaparecido. La actuación en el Villamarta fue una más de las que vienen jalonando el camino de rosas de estos flamencos. Siempre en loor de multitudes, siempre aclamados como los más puros, los más guapos, los mejores. Lo son quizás, por lo menos para esos incondicionales que son ya mayoría absoluta.
Alma vieja
Baile: Farruquito, Farruco, La Faraona, Barullo y otros. Cante: Montse Cortés, Encarna Anillo, José Valencia, Canastero, Antonio Zúñiga. Toque: Ramón Vicenti y El Perla. Invitado: Manuel Molina. Teatro Villamarta, Jerez, 4 de marzo.
En cualquier caso, estos Farrucos reinventan cada vez que actúan una forma de presentarse, y de producirse, absolutamente distinta a lo que vemos cada día en otros escenarios. No me extraña nada que en Estados Unidos o en cualquier otro país enloquezcan con su flamenco arrebatador y pasional. Ocurre lo mismo en cualquier lugar de España, donde ya deberíamos estar acostumbrados.
Pero es como un impacto, un deslumbramiento que nos fascina. Es cierto que si tratamos de mantener la cabeza fría y analizar lo que hemos visto reparamos en el enorme peso de las bulerías, que siempre aparecen sea cual sea el estilo que interpreten; es cierto que la farruca la hacen a su aire, bastante ajeno a lo que entendemos por modelo clásico que Gades acuñara...
Todo lo que se quiera, pero no es menos cierto que la familia farruquera puede bailar lo que quiera y como quiera, en la seguridad de que su forma de hacerlo, su sello propio, va a ser aclamado por la audiencia. Como ocurrió en el Villamarta, donde les jalearon a compás con palmas, voces y pies. Una verdadera apoteosis. Como diría aquella ilustre flamenca jerezana que se llamó Juana la Macarrona: ¡l'apoteosis!, ¡es l'apoteosis!
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 6 de marzo de 2004