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OPINIÓN DEL LECTOR

A Maite Larrauri

Aunque estoy seguro, por muchas razones, que no me recordará, fuí alumno de Filosofía de Maite Larrauri en el Instituto Sorolla. Guardo de sus clases el recuerdo impagable de su insistencia pedagógica en el ejercicio de la razón ante cualquier problema. No obstante, la lectura de un artículo suyo (Ser o no se español, EL PAÍS de 2 de marzo) me da la posibilidad, además de recordarla con afecto, de discrepar amablemente con ella.

Comenta la autora unas recientes declaraciones de Felipe González sobre las identidades nacionales, y coincide con éste en que hay diferentes formas de sentirse español, incluso la de aquellos que expresamente rechazan serlo. Aduce para explicarlo que "sólo un español puede hacer estas matizaciones a la hora de establecer su identidad con los demás"; no tiene sentido esta frase en boca de un francés.

El problema radica, a mi juicio, en que la autora confía en exceso en la bondad de las intenciones de aquellos que postulan el diálogo y la convivencia pacífica entre las diferentes sensibilidades identitarias y al mismo tiempo no pierden ocasión en recordar que su modelo es la escisión autodeterminante.

Igual que sabemos que la muerte del padre a manos del hijo no se ha de consumar para poner en evidencia los conflictos ineludibles entre dos indentidades autónomas, todos sabemos y aceptamos que, tras convivir un tiempo mientras se niegan y se aceptan simultáneamente, tarde o temprano el uno dejará al otro para fundar su proyecto sobre las cenizas del pasado compartido. Es cierto, hasta ese momento habrán convivido, pero no parece que esa espada de Damocles pendiendo sobre nuestro modelo de organización social contribuya a crear esa sociedad más segura y predecible a la que tantos aspiramos.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 11 de marzo de 2004