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COLUMNA

Conmoción

Duele. Una matanza terrorista como la del pasado jueves en Madrid, con sus dos centenares largos de víctimas y la carnicería que han recogido los medios de comunicación del mundo entero, causa una conmoción que aturde y reduce los reflejos a las reacciones más elementales, como abrazar a los afectados, ayudarles, llorar con ellos y buscar el calor de la tribu en las masivas manifestaciones. Cuesta superar los efectos colectivos de un trauma como ése. Se trata de un momento en que la sociedad, herida, es vulnerable y, por tanto, hay que exigir más integridad, rigor y consecuencia a sus gobernantes y más efectividad y abnegación a los sistemas especializados que garantizan la seguridad, la asistencia, la información y la paz. La estatura de algunos ha crecido el 11 de marzo con muestras de dedicación e, incluso, de heroísmo en muchos de esos anónimos profesionales que están en primera línea cuando sobreviene la catástrofe. La de otros se ha empequeñecido hasta lo grotesco. Trató el Gobierno de aprovechar el estado de shock de la ciudadanía para escamotear el origen del golpe de terror global que cayó como una maza sobre soñolientos trabajadores al inicio de su jornada en los habituales trenes de cercanías. Intentó el Ejecutivo de Aznar cargar la mano del énfasis hacia la odiada ETA para que las repercusiones de una autoría de Al Qaeda no salpicasen las expectativas del PP en las elecciones. Forzó la mano de la información y le estalló el intento en las narices. No es de recibo acusar de "asesinos" a los políticos populares, como no lo era que ellos insinuasen, hace sólo unas semanas que parecen lejanas, la complicidad de sus rivales con los etarras. Los autores de la matanza madrileña son, por lo que apuntan las investigaciones, fanáticos islamistas que odian a Occidente. Unos terroristas que le han pasado a Aznar una horrorosa factura de sangre por la fotografía que se hizo con Bush y con Blair en las Azores para emprender la guerra en Irak contra la opinión abrumadora de los españoles a partir, digámoslo así, de algunos informes bastante inexactos. Pero eso no lo hace culpable de la atrocidad. Aznar, y Zaplana, y Acebes, sólo son responsables de intentar aprovechar la confusión para robar la cartera de ese accidentado que en Atocha, en Santa Eugenia y en El Pozo fue toda la sociedad democrática.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 15 de marzo de 2004