Mercedes y María José ahorraban dos euros diarios para irse una noche, ellas solas, sin los maridos, a bailar sevillanas y tomarse unas copas. Pero Mercedes tomó un tren que explotó. Murió cinco días después y se convirtió en la víctima 201. A Abel le llamaban Alfa porque su apellido era Alfageme, pero el nombre le venía que ni pintado porque era un fanático de la astronomía. Y en astronomía, las estrellas más brillantes se llaman Alfa. Lola, a quien no le gustaba que la llamasen Dolores, no soportaba la injusticia. Era una devota de Jesús de Medinaceli. Le pidió tener un hijo (hoy de 15 meses) y cuando lo tuvo lo llevó ante la imagen del Cristo. Stefan, un antiguo policía rumano, vivía con otros ocho inmigrantes en un piso de 80 metros cuadrados y trabajaba de albañil. Once historias de gente sencilla. Once entre 201.
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* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 18 de marzo de 2004