En la jerga del cine de terror, el splatter designa un tipo de filmes en los que uno o varios psicópatas asesinos, psicológicamente bien taraditos, juegan al gato y al ratón con un grupo de adolescentes, hasta que eliminan a unos cuantos, antes de ser ellos mismos eliminados, o hasta que alguno de los supervivientes huye para ponerse a salvo. Esta situación canónica, brutalmente explotada por la mejor película del filón, la aún (en estas cosas, la originalidad dura francamente muy poco tiempo) escalofriante La matanza de Texas, de Tobe Hopper. Tal vez sea una casualidad, pero lo cierto es que esta Km 666 llega a las pantallas con sospechosa puntualidad, justo cuando se estrena el actualizado remake de La matanza... y cuando películas como La casa de los 1.000 cadáveres o la francesa Haute tension, acaban de hacer su agosto o esperan su turno de estreno.
KM 666
Dirección: Rob Schmidt. Intérpretes: Desmond Harrington, Eliza Dushku, Emmanuelle Chriqui, Lindy Booth, Jeremy Sisto. Género: terror. EE UU, 2003. Duración: 84 minutos.
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La (muy relativa) gracia de Km 666 no está en cómo acabará, ni en saber quién o cómo logrará salvarse, sino en las (mínimas) variaciones sobre el modelo. Y lo cierto es que son bien pocas: si algo propone el filme de Schmidt no es otra cosa que el regreso, sin ningún maquillaje, al filón en su versión años setenta-ochenta, al grupo asediado, a los asesinos que conocen mucho mejor el terreno, al indecible derrame sangriento en el que inevitablemente concluirá toda la peripecia. Nada más. Si acaso, aquí los psicópatas viven en un bosque lejanísimo, se dedican a coleccionar los automóviles de todos los que se van cepillando de las más brutales maneras, huyen con vigor del agua y el jabón y exhiben un estadio evolutivo más humanoide que humano, más cercano al cromañón que al sapiens sapiens.
Todo lo demás es lo que promete la tradición: las camisetitas ceñidas y muy escuetas de las atractivas víctimas femeninas, el arrojo un tanto suicida de los miembros varoniles del grupo, más las mutilaciones, desbordes adrenalínicos y hemoglobínicos varios... todo lo que ha hecho, desde los setenta, las delicias de públicos amantes del hachazo. Sólo para ellos están hechas estas cosas: abstenerse rigurosamente el resto.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 19 de marzo de 2004