L se levantó como cada mañana, al alba. Deprisa, llegaba tarde, se vistió, tomó un desayuno frío y salió a la calle. Anduvo varios minutos, pasó por el lugar donde horas más tarde seguiría aparcada una furgoneta blanca. Aligeró el paso, no podía escapársele el tren que llegaría a Atocha media hora más tarde. Llegó por fín al andén de la estación de Alcalá y subió al tren. Suspiró aliviada. Casi durmiendo realizó todo el trayecto. Tranquila, nada que ver con el inicio de la mañana. Sin duda el tren calmaba sus ánimos, era su reducto de abstracción, de pensamientos, de reflexiones y de sueños.
No obstante, pronto el alba se tornó rojo. En un suspiro a L le arrancaron todo, todo se lo arrebataron. Su ser, sus esperanzas y alegrías. Un hilo de vida, sólo un mísero hilo de vida, le unía ahora a la estación de Atocha. Alguien salvó a L del maldito tren, de la maldita masacre. Alguien anónimo le dio calor, le dio vida. Alguien, tal vez tú, tal vez yo, tal vez todos, logramos que olvidara su expiración para aferrarse a ese su último aliento.
Confusión, incredulidad y tristeza. L permaneció aletargada en un sueño, un trágico sueño donde los segundos eran días y los días una eternidad. Cuando abrió los ojos se encontraba de nuevo en la estación de Atocha. Se había transformado en la esperanza que palpitaba en los rotos corazones de ellos, los que allí estaban, y de todos nosotros. L, más tarde, fue consciente de que estaba viva. Millones de personas en todo el mundo hacían latir su corazón mientras el cielo derramaba lágrimas con sabor a dolor.
Hoy, días después de la masacre de Atocha, L vive. Vive entre nosotros con más fuerza que nunca. Hoy L nos pertenece, como siempre. Hoy L, nuestra maravillosa LIBERTAD, esa que tanto nos ha costado conseguir y que casi nos arrebatan, esta de nuevo viva. Y está viva Gracias a Madrid, a todos esos ciudadanos anónimos; Gracias a Barcelona a Sevilla a Bilbao, a toda España; Gracias a París, a Londres, a Bruselas, a Nueva York, a todo el mundo. Hoy L, nuestra maravillosa Libertad, está viva, y nunca, nadie, podrá arrebatárnosla.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 21 de marzo de 2004