No hace mucho nuestros abuelos se despedían de sus familias para marcharse a otros lugares como América, África, norte de Europa, huyendo de guerras, hambre... Allí donde fueron se les recibió y encontraron un trabajo. Nosotros en cambio hacemos leyes de extranjería, les deportamos, explotamos..., y nuestra conciencia se queda tan tranquila.
Por eso, ahora pedimos a los gobiernos, al Banco mundial que se condone la deuda externa; que se acabe con el trabajo de los niños; que se paguen unos sueldos dignos; que se acabe con el tráfico de personas; una ley de extranjería donde se tenga en cuenta la historia, recordando que muchos de los que hoy llegan son descendientes de los que un día se fueron y otros de lo que Europa esclavizó, les quitó su cultura, sus tierras, su modo de vida. Por último pedimos un mundo de hermandad, con justicia, sin fronteras. Ya que no podemos seguir viviendo bien unos pocos a cambio del dolor del 77% de la población del mundo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 21 de marzo de 2004