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OPINIÓN DEL LECTOR

Paranoia y sentido común

Lunes, 22 de marzo, 22.00 horas, estación de Sants. Acompaño a mi padre hasta su vagón del tren Estrella con destino a Bilbao. Llevo conmigo dos maletas grandes y pesadas, mi padre porta su maletín con documentación. El revisor nos acompaña hasta el compartimento asignado. Es pronto, el tren no sale hasta las 22.30. Dejamos los bultos encima de la cama, pedimos al revisor que cierre la puerta y él lo hace sin problemas. Salimos del tren y subimos al vestíbulo. Mi padre compra una botella de agua para pasar la noche. Le dejo tomándose un café tranquilamente ya que tengo el coche en doble fila.

De camino a casa pienso en lo evidente: los billetes de Renfe no llevan ningún tipo de identificación del viajero; nadie ha revisado las maletas que mi padre y yo hemos dejado en el último vagón del tren Estrella en dirección a Bilbao. En esta ocasión contienen poco más que ropa y catálogos comerciales, pero eso es algo que sólo él y yo sabemos.

No puedo evitar creer que el revisor no sospechó nada porque se fió de las apariencias, pero no sé si eso es suficiente para garantizar la seguridad de los viajeros.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 25 de marzo de 2004