España es todavía hoy un país en el que la ciencia se encuentra en una situación insatisfactoria. Nuestros investigadores se esfuerzan -bendito sea ese esfuerzo-, y en ocasiones logran éxitos significativos, pero no es suficiente: la distancia que nos separa de otras naciones no disminuye, o no disminuye lo necesario.
En un mundo en el que la ciencia no sólo es conocimiento o cultura, sino también poder -poder económico, industrial, político, militar-, esta situación representa una grave limitación de presente y de futuro.
No es que para un país no exista futuro si no es una potencia científica internacional. Siempre hay un futuro. Pero ¿qué futuro? ¿El futuro de ser un país de servicios, aunque sea en el más moderno sentido de la palabra? Se han de cambiar todavía muchas cosas.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 25 de marzo de 2004