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OPINIÓN DEL LECTOR

Prevenir la xenofobia

Sólo quien duda pregunta. Y sólo quien pregunta puede obtener respuestas. Por eso el gobernante propone -impone- certezas conformistas: para castrar la facultad de preguntar y evitar, así, que se hallen otras verdades que disientan de las del Estado. Pero la curiosidad intelectual es ilimitada, y siempre acaba convirtiéndose en palabra. Porque, a pesar de las represiones (lo dijo Miguel Hernández) "¿Quién amuralla una voz?". De modo que la necesidad de saber termina siendo voz interrogativa en busca de respuestas.

Ese es el mecanismo de cualquier revolución y de todo sistema social. Y, esencialmente, eso es lo que ocurrió el día de la reflexión y el de las elecciones. El ciudadano quería saber quiénes eran los asesinos de sus conciudadanos. Tristemente, se confirmaron sus sospechas y el terrorismo, en este caso, no era nacional, sino internacional.

Parecería lógico que, una vez descubierto el asesino, se acabasen las preguntas y todo volviese a la normalidad. Pero la vida no es una novela y no ha ocurrido así. Porque el hombre de la calle no tiene la respuesta oficial para su gran pregunta: ¿Por qué unos extranjeros vienen a masacrar? ¿Será porque su propio país participó, aunque él se opuso, en una guerra extraña, y la masacre madrileña es el bumerán de aquella violencia entre naciones? Sin duda, viene a responderse a sí mismo. Pero no le basta a su dolor haber ejecutado con el fusil pacífico del voto al gobernante que tan mal lo gobernó, al enemigo disfrazado de cordero que atentaba desde su casa mediante la indignante estrategia de la manipulación. Y aquí llega el peligro, nacido de la desorientación: porque junto a él conviven hermanos -de sangre, no de mentalidad- de sus enemigos extranjeros. Y el recuerdo de las bombas despierta las semillas de la xenofobia. ¿Qué hacer?

Apáguense esos fuegos con la serena reflexión, previniendo sus incendios aun antes de que aparezcan. Porque si inocentes eran las víctimas caídas en Madrid, víctimas inocentes serían los inmigrantes acosados, insultados, escupidos, esos vecinos de otros países instalados en nuestras ciudades, ajenos, como nosotros, a la violencia, y ansiosos de sosiego lo mismo que nosotros.

Si no nos concienciamos de que todos somos iguales, a pesar de nuestras diferencias, nos veremos inmersos en una intolerancia y un repudio que acabarán en una masacre sicológica. Porque el niño oye en casa; y repite en el aula y en la calle. Y en este caso, del dicho al hecho hay un escaso y terrible trecho.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 29 de marzo de 2004