Selecciona Edición
Selecciona Edición
Tamaño letra
CARTAS AL DIRECTOR

Esperanza, desde Washington

Bethesda, Maryland (Estados Unidos)

Soy una víctima más de las mentiras del presidente; desde la perspectiva de una inmigración privilegiada en Washington es más fácil ver la claridad de la manipulación del Gobierno popular de la opinión pública española.

Tras la euforia democrática de la transición, que por alguna extraña razón ha sido propuesta por el presidente Bush como estímulo de la apertura democrática de una América Latina que nunca ha interesado suficientemente a España, nos ha sobrevenido un largo periodo de hastío y crispación. Los años de Gobierno popular han quebrado la ilusión, la esperanza y la solidaridad de un país multilingüe y multicultural como el nuestro. El uso sistemático de la amenaza nacionalista contra la unidad nacional ha dejado un lastre difícil de borrar.

Por primera vez, tras los dramáticos atentados de la capital, el país vuelve a rugir con un mismo lema en todos los rincones de la vieja piel de toro. El Gobierno ha negado siempre la evasión de recursos humanos al extranjero, la poca protección a la familia, y por ende, al crecimiento demográfico, la insanidad del plan hidrológico, la oscuridad de la reforma universitaria, la poca claridad en la venta de empresas nacionales como Telefónica, la riqueza de la pluralidad de esta pequeña porción de tierra, las catástrofes ecológicas en Galicia... La lista es interminable.

Por último, la manipulación de los entes de información públicos tras los trágicos atentados de Madrid, que todos los medios internacionales han coincidido en reconocer como la base del voto de castigo de los últimos comicios.

Ojalá que el nuevo Gobierno de Zapatero pueda al menos gobernar desde las bases del diálogo y el consenso. En democracia, las minorías son también respetables, y el Gobierno como tal lo es tanto de los que los votaron como los que no. En esta nueva transición España necesita un talante más dialogante, tanto con nuestros vecinos occidentales, insatisfechos de la disensión en el seno de una todavía demasiado joven Unión Europea, como con nuestros vecinos islámicos.

Como el país con el mayor legado islámico de Occidente y con la mejor influencia sobre Hispanoamérica, tenemos la responsabilidad de abrir de nuevo el diálogo también en política exterior y saber jugar un papel de puente que otros países no pueden.

Espero que de verdad vuelva el entusiasmo por un proyecto común que no excluya a nadie, con independencia de la lengua en la que suena o el país que le expida el pasaporte. España se merece ser de nuevo un modelo de convivencia y un modelo de integración multicultural que no excluya a nadie dentro ni fuera de nuestras fronteras. Es una gran responsabilidad de la que todos deberíamos sentirnos orgullosos, especialmente ahora que nuestro corazón está malherido.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 29 de marzo de 2004