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CARTAS AL DIRECTOR

La mirada de mi hija adolescente

Desde el pasado día 11 de marzo, cada vez que me voy de casa al trabajo, mi hija, adolescente, me mira muy fijamente, como queriendo quedarse completamente con la imagen de mi cara y retenerla en "el disco duro". Cuando le pregunté por qué me miraba así, me dijo que cuánta gente se despediría de sus seres queridos ese día, en plan normal, y nunca más les volverían a ver. Le di un enorme abrazo para consolarla y darle seguridad. Ella me hablaba de los malvados que habían cometido semejante acto de barbarie. Le decía yo que eran innumerablemente más las personas buenas que estaban ayudando a los damnificados. Le dije: "Fíjate en las imágenes de TV en las que se ve que alrededor de cada herido hay muchas personas ayudando". Los vecinos arrojaban mantas por las ventanas para arropar a los heridos, los particulares llevaban en sus coches a los heridos hasta los hospitales porque las ambulancias no daban abasto, taxistas que no cobraban, azafatas de Ifema que regalaban su trabajo; en menos de tres horas se recogieron más de 400 litros de sangre de donantes anónimos, todos los médicos disponibles e incluso muchos de ellos ya jubilados se unieron para ayudar... Y el apoyo del mundo entero.

Aunque tengamos algunos demonios, ¡y qué demonios!, son infinitamente más los ángeles.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 30 de marzo de 2004