En una fría y lluviosa mañana de marzo, 160 militares volaban hacía Irak dispuestos a cumplir con la misión que les había sido encomendada. Ellos van dispuestos, animados, orgullosos, valientes... Nosotros, los familiares nos quedamos tristes, miedosos, preocupados, deseando ya que regresen, y en mi caso concreto, de una misión que todavía no alcanzo a entender. En esas circunstancias, en las que todos, los que se iban y los que desde diferente lugares de España nos habíamos desplazado días antes para estar con ellos y despedirles, habíamos cargado el corazón de coraje para afrontar la despedida.
Y cuando ya habíamos afrontado el duro trance de darles el último beso hasta la vuelta, jugaron con nuestros sentimientos, dejándonos perplejos y finalmente indignados. Alargaron nuestra agonía ocho horas más, rompiendo los nervios del más valiente, y ello aun cuando se trata de 160 personas que van a arriesgar su vida y que se merecen, además de nuestro respeto, el más profundo acompañamiento institucional que pueda dárseles.
Fuimos, sin embargo, las marionetas de un forcejo político, caprichoso, arbitrario e injustificado. Transmito mi más profunda indignación, solicito una disculpa y espero que nuestras tropas reciban el trato que se merecen, los más altos honores que a todos los niveles y desde todas las instituciones se les pueda proporcionar.
Para los que finalmente volaron, cuidaos, lleváis nuestros corazones, cumplid con vuestra misión como os han enseñado, que aquí os estaremos esperando.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 1 de abril de 2004