Contemplo horrorizado las imágenes del encarnizamiento con los cuerpos carbonizados de cuatro civiles norteamericanos asesinados en Faluya (Irak). Me cuesta encontrar un adjetivo para definir lo que estoy viendo. Sólo sé que eso no es humano. Es la negación absoluta de los valores que el ser humano a lo largo de la historia -a través de la filosofía, de la religión, de la política, de la revolución...- ha llegado a creer que lo definían. ¿Cómo hemos llegado a esto? ¿Cómo se puede hablar en Irak de democracia ante esta crueldad infinita? ¿De dónde nace este odio? ¿Y cómo puede convertirse en desprecio absoluto por la vida?
En Irak, en Gaza, en Madrid, en Guantánamo... una espiral de odio y de negación de la vida recorren el mundo. Me cuesta asumir todo esto. Necesitamos líderes -y gente corriente- que sean capaces de tender puentes, de reivindicar la unidad del género humano, de proclamar la reconciliación en lugar del odio, de luchar por la justicia, de reafirmar que la vida de todo ser humano es sagrada.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 2 de abril de 2004