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Crítica:

Maruja Torres, la beirutí

En un culebrón levantino, la periodista y novelista continúa desarrollando una relación de amor con la capital libanesa que ya dura 18 años. El descubrimiento del padre constituye el eje central de una trama que huele a salitre, alcohol, pólvora y perfume francés.

Lo mejor de Hombres de lluvia son sus descripciones de Beirut. Son vibrantes y verdaderas. Por ejemplo, ésta: "Así es como despierta todavía hoy, como me gusta encontrarla todas las mañanas, baldeando las huellas del día anterior, oliendo a limpieza reciente y también a inmemoriales desagües atascados, alzando sus puertas metálicas para ofrecerse a lo imprevisible, a lo milagroso, trabajando con inconsciente empeño en el único prodigio, su mera existencia esperanzada en plena y cíclica repetición de sus errores".

Permítanme que vuelva 18 años hacia atrás. En 1986 yo vivía en Beirut al lado del hotel Commodore. Trabajaba como corresponsal de guerra y allí se libraban simultáneamente varias: musulmanes contra cristianos, cristianos contra palestinos, chiíes contra palestinos, israelíes contra palestinos, sirios contra palestinos, drusos contra chiíes, chiíes contra occidentales...

HOMBRES DE LLUVIA

Maruja Torres

Planeta. Barcelona, 2004

285 páginas. 20 euros

Invité a Maruja Torres a venir. Ella podría hacer un gran reportaje. Vino y conoció a Juan Carlos Gumucio, Tomás Alcoverro, Pedro de Arístegui y Micaela Majdalani, la beirutí de la que yo estaba enamorado. Dos de ellos ya están muertos. Gumucio se pegó un tiro en su Cochabamba natal; a Arístegui lo mató un obús sirio disparado contra la Embajada española en Beirut. No pude presentarle a Maruja Torres algunos otros amigos: estaban secuestrados por Hezbolá.

En aquella su primera estancia en la ciudad, Maruja Torres vivió en los campos de refugiados palestinos; cruzó una y otra vez la Línea Verde; fue a todas partes. Se subió a la noria invencible de la Corniche y se enamoró de Beirut. Hizo un gran reportaje. En cuanto a mí, no volví a la capital libanesa durante muchos años. Temía que se me partiera el corazón de nostalgia. Por el que yo había sido allí; por lo que había sido la ciudad en los años en que viví allí. Aún recojo los cristales rotos de 1986. Hay momentos y lugares en los que una vida debiera remansarse, ser ya para siempre tal cual es.

Maruja Torres volvió muchas veces a Beirut. Vivió amores, hizo amigos, recogió cadáveres. Escribió sobre la ciudad, buen material periodístico. Se ganó a pulso ser beirutí. De hecho, lo había sido siempre. Beirutí: oriental y occidental, mora y cristiana, parisiense y tercermundista, de todas partes y de ninguna. Beirutí: suicida y vitalista, cutre y lujosa, elegante y hortera. Algún día terminaría haciendo una novela sobre Beirut. La ha hecho.

Estamos ante una novela levantina; más bien, un culebrón levantino (la pasión de Maruja Torres por el género es notoria). El descubrimiento del padre es su plato fuerte; ese padre que uno no ha conocido -como el protagonista de esta obra- o ha conocido mal -como casi todos-. Somos muchos -la propia autora, a tenor de lo que cuenta- los que tardamos demasiado en descubrir la persona que había en nuestro padre, en descubrir el fracaso que constituyó su vida y en sentir el agradecimiento y la compasión debidos.

Aunque debiera, no voy a usar ahora polvos de talco orientales. Hombres de lluvia tiene, en mi opinión, inconsistencias en la trama, en algunos personajes y en algunas relaciones, como la casi incestuosa que constituye una de las claves del relato. Es como si Maruja Torres la hubiera escrito demasiado deprisa, como si no le hubiera dado un segundo y tercer hervor, lo que, según ella, no es el caso. En fin.

De todas formas, lo que ha hecho Maruja Torres es añadir una historia, la suya, a esa novela de novelas que es Beirut. Ha hecho muy bien en hacerlo y yo reconozco la ciudad, víctima y asesina, y a algunos de los personajes. ¡Mabruk, Maruja! Una vez más, nadie puede negarte autenticidad.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 3 de abril de 2004

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